Animalismo
ANIMALISMO – La Prohibición de la tauromaquia en la ciudad de México, una guerra cultural
La Monumental de Insurgentes en México D.F. llena hasta la bandera.
Un juez ha prohibido provisionalmente las corridas de toros en la ciudad de México. Y puede que dicha prohibición sea definitiva antes de julio. Para entendernos, una estocada en el corazón del toreo mexicano, pendiente del descabello que le de muerte.
Como aficionado español que ha vivido muchos inviernos taurinos mexicanos, me invade una profunda tristeza. No viví la gran época del toreo de México, la de su independencia taurina, que sucedió un siglo después de su independencia política. No puedo por tanto añorar los tiempos de la Edad de Oro del toreo mexicano, un período clave de la historia de la tauromaquia, desconocido en España y, por lo visto, hoy olvidado en México. Pero sí he sentido, respirado, degustado la idiosincrasia de la Plaza México o Monumental de Insurgentes.
Dijo Joselito que “quien no haya visto toros en el Puerto no sabe lo que es un día de toros” , y parafraseándole yo afirmo que “quien no haya visto una corrida de toros en la Plaza México tiene una visión provinciana del toreo”. La México es un escenario universal, redondo como el infinito, un círculo que asciende desde las entrañas de la tierra hasta tocar el cielo, y hasta el cielo llega el alto tribunal de un coro omnipresente y soberano, juez y parte de un juego escénico muy especial, el único protagonizado por el hombre y el animal: la corrida de toros.
En algunas plazas de toros, y La México es una de ellas, gravita las tardes de corrida el poso de los siglos, miles de tardes de toros, que dieron comienzo en la vieja Tenochtitlan en tiempos de Cortés, cuando los españoles llevaron el bovino ibérico a México y criollos, mestizos e indígenas casi lo asumieron como animal totémico. Contaba hace unos días el profesor Antonio Rivera Rodríguez, en la sala Antonio Bienvenida de Las Ventas, cómo los mayas sustituyeron al gamo por el toro en su sacrificio bajo la Caida, el árbol totémico del bien, porque su lidia representaba mejor la victoria del hombre sobre la violencia. Pero sin retrotraernos a los orígenes sagrados de los juegos taurinos en los principios del México colonial, la historia de la tauromaquia mexicana, narrada por el historiador José Francisco Coello Ugalde en un libro revelador, “Novísima Grandeza de la Tauromaquia Mexicana”, comprobamos un singular paralelismo de la evolución de la lidia en México y en España, y cómo los festejos populares en los dos países fueron conquistados paulatinamente por la tauromaquia reglada, lo que hoy son las corridas de toros.
El hondo anclaje cultural de los juegos taurinos en la vida mexicana, cuya emancipación de la tauromaquia española se produce en los años 20 del pasado siglo, como prólogo de su gran despegue –yo lo llamo la independencia taurina de México- en los años 30 y 40, durante su magnífica Edad de Oro, en el toro y en el toreo. El escenario troncal de aquellos años dorados fue la Plaza El Toreo de la Condesa, un coso donde, con la participación de los toreros españoles, quizá se fraguó más que en ninguna otra la evolución de la tauromaquia del siglo XX. Pero el coso de Insurgentes recogió aquel espíritu y lo amplificó.
Por desgracia, la cultura popular, que es la matríz original de la alta cultura, no merece el apego de la incultura urbana colonizada por la predominante civilización anglosajona, cuyo etnocentrismo condena lo que desconoce. Pero estas líneas no quieren abordar ahora ese debate. Tan solo lamentan la aberrante conducta de un juez y su desconcertante iniciativa de prohibir un espectáculo legal en un contexto democrático, en cuya entraña reina el respeto a las minorías. Incluso en el supuesto no probado de que en México haya una mayoría beligerante contra las corridas de toros.
Aficionados mexicanos, la guerra cultural acaba de empezar.
José Carlos Arévalo.