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ANIMALISMO – Urge el contra relato de la tauromaquia
Urge el contra relato de la tauromaquia
No hay un relato antitaurino. No hay una refutación sistemática y solvente de las corridas de toros. Hay un generalizado complejo de culpa de la raza humana con respecto a los animales. Por varias razones.
La primera causada por el galopante crecimiento de la demografía humana congregada en grandes urbes, que ha traído consigo un parejo crecimiento de los animales de abasto y su hacinamiento para darlas de comer. La segunda deriva de la acción humana en su explotación de la naturaleza, lo que ha destruido gran parte del hábitat de casi todos los animales, en la tierra y en el mar. Y la tercera es la ingenua respuesta de la opinión pública a través de un antropomorfismo creador de un imaginario sensiblero, cuya humanización de los animales es una versión falsa de la naturaleza, con resultados aberrantes: el engaño al niño sobre la realidad de la fauna y la proliferación milmillonaria de mascotas fuera de su hábitat, en todas las ciudades de planeta.
En este aberrante contexto, tres de las muchas formas que el hombre tiene de relacionarse con el mundo animal, la caza, la pesca y la tauromaquia, ni buenas ni malas, pero sí naturales –hoy es mejor llamarlas ecológicas-, son, sin embargo, propias de la naturaleza depredadora de la raza humana, y las tres se ven impugnadas porque ya no las legitima la necesidad sino pulsiones humanas mucho más profundas, aunque alejadas de la subcultura urbana que las estigmatiza. No me compete explicar las de la caza y la pesca. Pero sí las de la tauromaquia. Son las siguientes:
- Sentir el reto de los orígenes, la agresión inexplicable de la naturaleza encarnada por el animal bravío, comprenderla y dominarla (torearla) y vencerla (matarla).
- Asumir la lid con el animal como un reto a la inteligencia que pone a prueba el valor, la maestría y la satisfacción de transformar el peligro en arte.
- Cumplir las leyes de la naturaleza, madre madrastra, fuente de vida y autora de la muerte, vencerla siempre hasta que ella nos venza.
- Defender la vida libre del toro no domesticado, vigilar la inviolabilidad secular de su hábitat, cuidar el proceso natural de su desarrollo hasta que llegue a su cenit biológico (la edad cuatreña), mantener la calidad genética una generación tras otra.
- Respetar el nexo que une la cultura rural (los festejos populares) con la cultura urbana (la lidia), prueba de la continuidad no rota entre las ciudades de los ocho países taurinos y de sus pueblos.
- Divulgar las evidencias científicas de los mecanismos neurohormonales que palian el estrés y bloquean el dolor del toro durante la lidia.
- Revelar que la cría del bovino bravo supera todas las exigencias de las normativas internacionales sobre bienestar animal, y que su muerte en la plaza es mucho menos dolorosa que las técnicas sacrificiales autorizadas en mataderos industriales.
- Explicar la lidia como un acto de creación etológico, mítico y artístico. Entender la corrida de toros como la unión de un hecho natural y un hecho cultural.
- Recuperar la imagen del torero, creador de la lidia, autor de una historia del arte, artista que compromete su vida con su obra, restaurador de la primigenia figura del héroe.
- Respetar la figura del ganadero de bravo, transformador de la agresividad innata del bovino en la bravura, su prestación cinética al toreo.
Sí, ha llegado la hora de hablar, de construir un contra relato taurino. Con argumentos inatacables que desmontan la falacia del relato antitaurino. Y urge hacerlo. Así lo exige la afirmación de nuestra intensa y vitalísima cultura popular frente al sesgado y desnortado acoso del animalismo global. La opinión pública necesita claridad de ideas al respecto. Y somos los adeptos a la tauromaquia quienes debemos de exponérselas.
José Carlos Arévalo.