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Editorial

EDITORIAL – El toreo de nuestro tiempo 

FOTOS ALBERTO SIMÓN, PLAZA 1 Alfredo Arevalo, LOZANO, ARJONA, CARITEY, ALTOROMEXICO.

Como el toreo pasa y enseguida se recuerda, y como el recuerdo es selectivo y guarda lo bueno y olvida la malo, el aficionado siempre privilegia a los toreros y al toro del pasado y desdeña a los toreros y al toro del presente. Por eso, y por los perennes ataques que recibe, la tauromaquia vive una crisis perpetua. De ahí que los jóvenes la entiendan mejor que los viejos, y que los viejos de mente joven sean los mejores aficionados. Recuerdo, cuando era joven, la crítica de una corrida en la Feria de Málaga. La firmaba Antonio Díaz Cañabate, vetusto y prestigioso cronista a quien le gustaba introducir en sus reseñas pequeños frescos costumbristas bastante insólitos, porque describían una realidad inexistente, zarzuelera, inventada. Pero en la mañana de la corrida de marras fue a pasear a la playa y contó lo que de verdad vio: le horrorizaron las mujeres al sol, en bikini. Escribió que parecían gambas a la plancha. A partir de esa línea dejé de creer lo que decía de los toreros. Si al viejo Cañabate las mujeres semidesnudas le parecían gambas a la plancha es porque ya estaba fuera de combate, fuera de la vida, y claro, a los toreros, en esa misma crónica, los juzgaba con una resentida mirada viejuna que ya no entendía el presente del toreo. A la plaza hay que ir con la mente abierta, sin los prejuicios que provoca un pasado inventado por la mentirosa memoria. Ya no hay toros ni hay toreros, afirman los viejos aficionados. 

Por eso, cuando yo cuente que ahora mismo hay grandes y bravos toros y buenos, buenísimos toreros, ningún viejo aficionado, los que sientan cátedra, lo va a admitir. Pero los hay. A mi modo de ver, el de un viejo aficionado con mente joven, los toreros de hoy son tan buenos como los mejores de antaño, y muy contrastados. ¿Qué tiene que ver la tauromaquia de José Tomás con la de Morante, la de Roca Rey con la de El Juli , la de Manzanares con la de Emilio de Justo, la de Pablo Aguado con la de Juan Ortega, la de Tomás Rufo con la de Ginés Marín, la de Daniel Luque con la de Miguel Ángel Perera, la de Talavante con la de Castella, la de Uceda Leal con la de todos los demás? No renuncio a mi memoria, a Ordóñez y a Antoñete, a Camino y a El Viti, a Ojeda, a Capea y a Manzanares padre. No creo que los de hoy sean mejores toreros, pero sí veo, constato, mido, que torean mejor. Y quien se escandalice, se va a escandalizar más. Porque estos toreros del presente torean un toro más serio, con más años y más cuernos, aunque eso sí, más fijo y de embestidas más profundas y completas, las que no solían disfrutar los toreros de ayer.

Comparar el pasado con el presente siempre es subjetivo y engañoso. Y si no he resistido a la tentación se debe a que en estos últimos años el toreo atraviesa una fase apasionante de su historia, anómalamente ignorada, silenciada, oscurecida por el manto de desprestigio con que la moralina antitaurina ha embozado a la Fiesta. No recuerdo, en toda mi vida de aficionado, una campaña como la de Morante el año 2022.

La fusión del torero artista y del maestro dominador, la resurrección de suertes añejas filtradas por una concepción moderna del toreo, la recuperación del torero-figura que torea con todos los toreros, los figuras y los modestos, con ganaderías de todos los encastes y en todas las plazas a las que se debía ayudar tras la crisis provocada por la pandemia del coronavirus, las grandes divisas que promueven la Fiesta y las humildes que necesitan auxilio. Y, sobre todo, no recuerdo una regularidad de tan diferente caríz a lo largo de 100 corridas, toreadas sin adocenamiento, ejecutando siempre un toreo de máxima pureza. Tampoco recuerdo una temporada con tan fulminante superioridad como la de Roca Rey. ¿Es concebible torear con tan extrema verdad a toros de condiciones y embestidas muy diversas, y cortarles las orejas, haciendo que todas sus corridas parezcan la última corrida de su vida? Belmonte dijo que llegaría un día un torero que cuajase a todos los toros. Y llegó Manolete. Ahora ha llegado Roca Rey. Y sin que la crítica se hiciera eco, dando al hecho la importancia que contiene, al público y al aficionado llano no les ha hecho falta que nadie se lo advierta.

Y Andrés Roca Rey ha llenado las plazas con la misma fuerza que las grandes figuras de antaño, cuando éstas sí contaban con la difusión de sus gestas. Ha llenado las plazas y vaciado las taquillas y dado vidilla a la reventa. Y en la parte final de su última temporada protagonizada por el temple –se ha toreado las dos últimas temporadas con más templanza que nunca-, Andrés ha toreado tan despacio como los toreros de la generación del temple, los tres matadores sevillanos y los dos toledanos.

Para torear despacio, el torero ha de tener mucho valor y mucha técnica, y el toro, mucha bravura y muy buena casta. Porque la casta ofensiva (bravura) se puede templar, pero no el genio defensivo (mansurronería). Conviene advertirlo, pues la tauromaquia siempre ha evolucionado en consonancia con la evolución de la bravura. Y desde hace un lustro, más o menos, el toro estaba pidiendo otro toreo. El de Pablo Aguado, el de Juan Ortega, el de Tomás Rufo.

Y los buenos toreros más veteranos han tomado nota. El Juli, ese descomunal maestro que ha atravesado por distintas fases a lo largo de su dilatada carrera, la del prodigio adolescente, la del maestro gallista, la del belmontismo profundo, ahora se ha visto contagiado por el temple.

Un temple ensimismado es el que ha sacado afuera el torero que Daniel Luque llevaba dentro. La maestría, una capacidad prodigiosa, ha sido el cimiento de su despacioso temple, de su irreal y lúcido temple, a la vez poderoso y adormecido. Dueño de una férrea maestría, ha sabido cuajar al toro bronco, poco propicio, como en Sevilla, donde con dos pájaros solo aptos para pasaportarlos abrió la Puerta del Príncipe.

La lista de toreros de alto rango es demasiado larga para que me extienda en este ditirambo justificado. Pero son muchos los toreros excelentes que aquí se quedan sin mención, incluídos dos maestros no situados en consonancia con su valía: Curro Díaz, artista y sin embargo gran lidiador, y Uceda Leal, un superclase que en tres corridas ha puesto a cavilar a toda la afición, u otro perdido en la lejanía, Octavio García “El Payo”, quizá el torero mexicano de más calidad desde que se retiró Manolo Martínez.

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