Editorial
EDITORIAL – LAS OREJAS
Por José Carlos Arévalo
En estos tiempos futbolístcos, los villamelones piensan que las orejas son los goles del toreo. Pero se equivocan, ahora las orejas no se conceden cuando los aficionados quiere, que sería cuando el balón entra en la red, sino cuando al presidente le da la real gana. A Morante, hace años, cuando cuajó en Madrid a un bravo “Juanpedro” que, sin embargo se acabó en la muleta, no le dieron ni dos ni una oreja, porque hizo la mejor faena por verónicas irrepetibles en lo que va de siglo cuando lo recibió, y en los quites, y después del tercio de varas. Pero no dio ni la vuelta al ruedo, pues las orejas solo se conceden a las faenas de muleta. Y es que ya en Las Ventas había más villamelones que aficionados. Nadie se acordaba de que a Pepe Dominguín, muchos años antes, lo habían sacado por la Puerta Grande como premio a un tercio de banderillas también irrepetible. Entonces, el toreo mandaba más que la burocracia.
Pero ahora, las cosas están peor, porque a los palcos presidenciales se han subido los “villamelones”. Y los llaman presidentes. Por eso a Roca Rey le robaron este año una oreja en Sevilla y le cerraron la Puerta del Príncipe ante la indignación de los aficionados que protestaron al Usía a almohadillazo limpio. Y en Madrid, otro villamelón se la negó a El Juli, que le hizo a un toro de La Quinta la mejor faena del año en Madrid. Por cierto, los indocumentados presidentes del momento -¿para qué sirven los cursillos presidenciales?- este año se han cebado con el torero de La Puebla, que ha batido el record de orejas solicitadas y no concedidas –se conoce que no les gusta el toreo bueno-. Y muy cerquita le sigue el fenómeno peruano. En Nîmes también le han birlado alguna en la reciente Feria de la Vendimia, no se vaya a pensar que allí no son serios. Se conoce que todos los villamelones están tomando nota del villamelón número uno, el presidente de Bilbao, que este año batió todas las marcas cuando le negó a Roca Rey la segunda oreja tras su clamorosa faena a su primer toro de Victoriano del Rio. El día de autos fue el 25 de agosto de este año de gracia, una fecha, una faena y un robo presidencial que ya han pasado a los anales de la plaza de Vista Alegre.
Las corridas de toros son el espectáculo más democrático, el único en el que el público decide el resultado del partido. Así era y así debiera ser. En el orden constitucional de la corrida, el presidente es el garante de los derechos del público, del torero y del toro. No un listo leyendo la cartilla a los miles de aficionados que vamos a la plaza.
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