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El Ojo Crítico

EL OJO CRITICO – El Trapío, baremo de aficionados

por José Carlos Arévalo

El trapío es un concepto subjetivo. Implica tanto al que lo tiene, el toro, como a quien lo contempla, el espectador. Hay un trapío para Madrid, otro para Bilbao, otro para Sevilla y mil trapíos más, uno para cada plaza. Por eso, entre el centón de definiciones de trapío, la más acertada es la que no lo define: “El trapío es la sensación de respeto que nos produce la presencia del toro”. Lo cual quiere decir que el trapío no lo tiene el toro sino que pertenece a quien se lo otorga o se lo niega.

Por ejemplo, si los toros de Los Maños, que rechazó el equipo veterinario de Las Ventas el pasado Domingo de Ramos por falta de trapío, los hubieran embarcado para otra plaza habrían tenido trapío de sobra. De lo cual se deduce que no se debe imputar la menor falta al ganadero y sí pedir explicaciones a quienes deciden el toro que tiene trapío y el que no. En el caso de marras, a los aficionados toristas del tendido 7 y a los acojonaditos equipos veterinarios.

En Madrid, el reglamento, incapaz de medir la papeleta mediante pesos y medidas, carece de autoridad para determinar el trapío. En consecuencia, más del noventa por ciento de los toros rechazados en el reconocimiento son perfectamente reglamentarios… pero no válidos para Las Ventas. ¿Y cómo es el toro válido para esta plaza? El de volumen grande, cuernos grandes y amplios, altos remos, morrillo abisontado y culata de engorde. O sea, el toro de las 12 de la mañana, el que tranquiliza al presidente y a sus veterinarios, el que evita la repulsa del torista, el mosqueo del político, el que después aburre al más impresionable. ¿Y quién tiene la culpa de que la plaza de Madrid sea una coso difícil, que no exigente, para el torero y el ganadero? Unos cuántos, los que desconocen que cada encaste y cada ganadería tienen diferente trapío, los que ignoran el tipo y el trapío propios de cada hierro. Así el del “santacoloma asaltillado”, fino de cabos, suave de morrillo, estrecho de culata, corto de viga, de comedida arboladura, de certera puntería y temperamental movilidad, todo lo contrario que los “gallardo” o los “cabrera”, cuyo volumen les garantiza pasar tan tranquilos el rubicón del apartado. Y, además, de esta mostrenca tesitura tienen la culpa las circunstancias. Sobre todo, dos. Una, el sobrepeso contra natura y la sobredimensión de pitones genéticamente lograda por su criador, de los que es responsable a su pesar; y otra, el enorme caballo de picar y sus enormes pertrechos defensivos que, sumados al empuje más bravo del enorme toro actual, destruyen su fuerza, aplacan su vivacidad y desmontan la emoción del toreo.

Antes, hace varias décadas, estas cosas no pasaban. Y no porque los aficionados supieran más de toros, sino porque había un superior equilibrio entre el vigor de un toro no mayor que el de hoy, peor comido, menos saneado y nada preparado. Pero sucedía entonces que el caballo de picar, con un peso pocas veces superior a los 500 kilos, permitía al toro crecerse e impedía al picador cebarse en el puyazo. Más aún cuando tiempo atrás, sin el peto protector, un toro de tres al cuarto exhibía un poder letal que dotaba a la lidia de una emoción que lo legitimaba. Los mismos toros de Pallarés, puros “buendías” bravos, enclasados y febles, habrían dado emoción en tiempos del caballo desprotegido y un buen juego con el caballo ligero que imperó hasta los años 70, sin mostrar la desesperante blandura que el pasado domingo adormeció los tendidos. Por aquel tiempo, lo que yo llamo el “trapío interior” (al toro lo agranda su agresividad) preponderaba sobre el trapío exterior, un tapabocas del torista primario.

Tampoco pueden replicar lo que acabo de argumentar los tres toros de Cuadri lidiados la misma tarde. Bravos en el primer tercio, pero inaptos para el toreo en los dos siguientes. La fuerza que exhibieron frente al caballo no anestesió su bravura, pero se transformó en violentos derrotes y torvas semi embestidas defensivas. O sea, a la postre demostraron ser más fuertes que bravos. Evidenciaron más genio (agresividad defensiva de la mansedumbre) que casta (agresividad ofensiva de la bravura). Pero quizá tan decepcionante conducta, que entusiasmó a los toristas, se deba a que su excesiva romana era enemiga de su incierta bravura. Me gustaría ver a estos toros con un peso equilibrado en una plaza de segunda, donde hoy se suele lidiar el toro natural. A ver qué pasa.

Tres conclusiones: Primera: las empresas deben programar corridas que aspiren a la brillantez del espectáculo, y como esto no es así, el Domingo de Ramos en Las Ventas había un cuarto de plaza.  Segunda: Sería erróneo responsabilizar a Plaza 1, pues tanto los ilusionantes toros rechazados de Los Maños como los aprobados de Pallarés expresaban la voluntad por parte de la empresa de dar un buen espectáculo al público y una oportunidad a los toreros. Y tercera: en Madrid los”ultrasur”, dogmáticos desconocedores de la tauromaquia, de su historia y de la lidia que dicen defender, tienen ridículamente acojonados a las autoridades de la corrida. Y como lo saben, y el público también, salvo en San Isidro y Otoño, los domingos solo van ellos y unos pocos más. Si don Livinio levantara la cabeza…               

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