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El Ojo Crítico

EL OJO CRÍTICO – Mirar y no ver. O no querer ver

Foto Teseo Comunicación

 por José Carlos Arévalo

(Pido disculpas a unos pocos buenos periodistas taurinos. No los menciono por si alguno se queda en el tintero. Ellos saben quiénes son. Pero cuatro o cinco excepciones no tapan el veto informativo que hoy sufre la Fiesta)

Cuando era redactor de información política comprobaba si alguna información mía iba a primera página. Si pasadas unas cuantas ediciones no salía ni una hacía examen de conciencia. El periodista se gana espacio cuando la información tiene interés y está bien contada. Antaño, los periodistas taurinos tenían espacio porque se lo merecían. En los medios escritos y en los audiovisuales. Puede que hoy la tauromaquia padezca animadversión en las cabezas rectoras miméticamente correctas de casi todos los medios, pero si un redactor taurino se ve relegado a espacios residuales es porque se lo merece. 

La Fiesta, contra lo que opinan redactores jefes y los redactores de las secciones taurinas, genera apasionantes noticias… nunca publicadas porque nunca fueron escritas. Lo que le pasa a los toreros durante la temporada no tiene parangón con los avatares protagonizados por otros hombres públicos, de la política o del espectáculo. ¿Por qué los taurinos son periodistas de tendido y solo ven lo que pasa en el ruedo? Pero tampoco suelen verlo. Pues miran y no ven. Para ver hay que saber mirar. Y sentir. Y comparar. Y jerarquizar. Si así fuera, la gente seguiría el devenir de la temporada taurina con más interés y expectación. 

Han pasado demasiadas cosas importantes este año para que el silencio acompañe la trepidante carrera de quienes lideran el escalafón. Lo de Morante, cuando corta las orejas y cuando no, es una explosión de arte y maestría que quien escribe estas líneas no había visto a lo largo de toda su vida de aficionado; la implantación de un nuevo toreo a cargo de Roca Rey, al que califico sin complejos como el Manolete de nuestros días, debería situar informativamente a la tauromaquia como en sus mejores tiempos; el último tramo de la carrera de El Juli cuenta una historia ejemplar. De torero largo, pero con un bello trazo en el diseño de las suertes, pasó a ser un torero intenso, pero de conjunción profunda a embestidas muy toreadas, y este año se ha revelado como un torero de arte adormecido por el temple. Si a esa terna sumamos la de los virtuosos sevillanos del temple, Daniel Luque, Juan Ortega y Pablo Aguado –no me cuenten lo de la irregularidad, que me ofende-. Y la incorporación a esta troika del toledano Tomás Rufo. Y la respuesta a todos los toreros que Alejandro Talavante se debe a sí mismo. Y el plantel de grandes toreros extremeños. Y el plantel de muy buenos toreros que la Fiesta deja sentados en casa, Y si la realidad es que el toreo grande de esta oculta y/o infravalorada temporada se está haciendo el toro cinqueño como norma, ¿de qué coño crisis estamos hablando?

Sin embargo, hay crisis. Pero no de la Fiesta. Lo que hay es un acoso incesante al hecho taurino. Por parte del movimiento animalista. Por parte de unos políticos sumisos a la opinión global y ajenos a la cultura local. Por parte de un periodismo que practica con la tauromaquia una conducta inédita, la del silencio informativo. 

Lo que hay es la agresión impune de la misantropía universal frente a una fiesta descaradamente viva. Lo que hay es la hipócrita agresión de una civilización que cría y mata millones de reses estabuladas sin haber regulado la expansión de su ganadería industrial y demoniza a una civilización agraria a la intemperie, que cría reses bravas –y de abasto- en grandes espacios para que unos cuantos miles de toros, los necesarios para mantener el equilibrio demográfico de las ganaderías, mueran en combate. ¿No os dáis cuenta, colegas, de que nunca a un periodista le habían puesto delante un toro tan fácil de lidiar y con más audiencia que cien plazas monumentales llenas? Claro que para tirarse a ese ruedo, primero hay que contar la verdad magnífica que muchas tardes vemos en las plazas de toros. Y además, otros hechos que suceden en la Fiesta, como las recientes revelaciones de la ciencia sobre cómo los mecanismos neurohormonales del toro bravo bloquean su dolor y palían su estrés durante la lidia. Son noticias que el periodista taurino también debe cubrir. Solo así, el periodista taurino puede pisar firme al bajar a la arena de la polémica, si es que quiere jugarse el tipo, dar al toro misantrópico de los inquisidores todos los pases que convenga y matarlo de una hasta los gavilanes. O sea, hacer periodismo. Palabra de periodista jubilado.

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