De repente, el toreo es un caballo desbocado. La lidia total, desde el primer lance hasta la estocada. Un mano a mano del torero con el toro. Lancear, picar, banderillear, muletear y matar, todo lo hizo el matador al mismo toro. Yo no me esperaba que la importante lidia de Ferrera al toro de Zalduendo, en el San Isidro del 18, terminará así en la corrida guadalupana del 21. De la maestría en Madrid al show en México. Del toreo grande a su caricatura. No importa que su larga faena mexicana contuviera momentos espléndidos y bellos muletazos (naturales), al trasteo le faltó orden, lógica narrativa. Para el aficionado clásico (como el que suscribe), no tuvo planteamiento, nudo y desenlace, como ha sido desde que Manolete impuso la estructura de la faena moderna, sino un amontonamiento interminable –inspirado, eso sí- de muletazos, que tuvo la virtud de mantener electrizada a una plaza enorme.
¿Esto es malo o es lo que permite un toro que pasa y pasa pero que no embiste, no embiste? Desde luego, Ferrera no lo apretó nunca y lo alivió muchas veces. ¿Esto es malo o es lo que exigen las condiciones del toro? Desde luego, los aficionados quedaron un tanto perplejos pero el gran público fue un estallido de pasión. Cuando los aficionados niegan un torero triunfador se suelen equivocar, pero la gente siempre ha acertado cuando lo premia. De manera que a callar.