El Torero
EL ULTIMO MALETILLA – Cap.5 Toreando a campo abierto en -Campocerrado-
Toreando a campo abierto en -Campocerrado-
Campocerrado, territorio de dehesa mágico donde se forjaban nuestros sueños a la par que crecían los machos de varias ganaderías. Allí pastaban los toros de Atanasio, más al oeste los de Juancho, los de Sepulveda de Yeltes, los de el Sierro y los de Salustiano Galache. Era un cachito de tierra sagrada donde confluían una serie de ganaderías que existían por una única razón, la crianza del toro de lidia. Llegar a dedo al cruce de Castraz y Retortillo era señal de que ibas a disfrutar. La dehesa de Campocerrado siempre fue rica en agua gracias al río Yeltes, que por medio de su afluente de la Ribera de Yeltes creaba todo un paraje natural. Cuando se terminaba la primavera y ya apretaba el calor me bañaba allí, en un lugar al lado del puente que colindaba con la carretera nacional. Después hacía la comida y me preparaba para el tentadero de la tarde. Años después me enteré que el Benítez se bañaba y se hacia comida al fuego en una lata de conservas en el mismo lugar que ahora les describo.
Recuerdo especialmente el primer día que toree a campo abierto. Después de mi baño en el río fui a un tentadero en casa de Iñigo Sanchez-Urbina, donde Sepulveda. Me dejaron torear en la placita de tientas a una becerra extraordinaria, pero como era la ultima, al sacarla para afuera me indicaron que la llevara a un cercado lejano. Una vez allí me quedé a solas con la vaca puesto que toda la gente tiró para la casa a cambiarse y picar algo. No puedo describir la belleza y emoción de ese momento, ya que la arena del tentadero cambió por la hierba de la dehesa, los muros de la placita, por el campo de fondo, y mientras los demás toros de los cercados contiguos nos observaban, esa brava becerra y yo nos fusionábamos en cada muletazo. Fue mi primer momento de toreo en soledad y sentí una sensación de paz que todavía me cuesta describir, qué puñetera droga es esto del toreo. Cuando sacié mis ansias de torear y la becerra las suyas de embestir, eché mi muleta al suelo y recosté mi espalda sobre el tronco de una encina. La becerra se quedo allí conmigo, no se si porque su vergüenza brava no le permitía huir de la pelea o por si el milagro del toreo nos hubiera hermanado. Así que allí permanecimos los dos mirándonos fijamente por unos instantes después de torear a campo abierto en la dehesa de Campocerrado.
Continuará…