El Toro
ENSAYO – La Tauromaquia, un arte escénico acorde con la naturaleza
En efecto, la corrida de toros y las demás fiestas taurinas pertenecen a un mundo agrario, y permanecen vivas porque, mal que pese a la edulcorada utopía de los urbanitas utópicos, dicho mundo natural está vivo, tanto que sin él la humanidad no podría subsistir. Regresemos, pues, a la realidad doliente, fascinante, fea y bella en la que vivimos. Volvamos, por ejemplo, a la coexistencia natural de la humanidad con la animalidad, a la imperativa necesidad predatoria del hombre. A la muerte triste pero necesaria de los animales para la nutrición humana, y al sacrificio lúdico pero ético y bello del toro de lidia. Y comparémoslos, porque la muerte del animal cosificado, sacrificado industrialmente, es la antítesis de la muerte del toro individualizado, ascendido al rango de héroe animal en la plaza. Frente a la muerte seriada de la res en el matadero industrial, a su recepción pasiva, a la incapacidad de liberar su estrés premonitorio, la lidia ofrece al toro un trato individual, la sustitución del instinto de conservación por el instinto de lucha, la neutralización del estrés y la gestión eficaz del dolor. Este mal, el dolor, siempre fue el gran enemigo de la vida de todos los seres orgánicos.
Hasta la llegada de la actual civilización científica, que intuye vencerlo, el dolor era un contrapunto dañino, aceptado por invencible, y hoy inaceptable. Por el contrario, la corrida de toros, anclada en la vida natural, no acata esa quimera. Sin el supuesto dolor y el cierto estrés del toro, sin el certísimo miedo y estrés del torero, la lidia carecería de sentido. Su interés radica, precisamente, en que el hombre y la bestia lo venzan. De la superación por parte del hombre, que habla, no faltan pruebas; la del toro, que no habla, se supone. Y se supone bien. Los viejos aficionados decían, no para autoengañarse, que “el toro bravo no se duele al castigo”, afirmación confirmada cuando, una vez picado, vuelve y vuelve a embestir al caballo.
Hoy, el análisis de los mecanismos biológicos del toro bravo explican su persistencia en la lucha frente a la agresión de la puya gracias al proceso neurohormonal que gestiona su dolor y su estrés hasta paliarlos, y estimula su agresividad hasta anular su instinto de conservación. La corrida existe porque hay toros bravos, que guardan la agresividad primigenia del uro, y gente bravía, que torea o que juzga el toreo. Este es un acto escénico que no ha renunciado a su vinculación con la vida natural, coherente con los ecosistemas que la configuran, los ciclos de eterno retorno compuestos de vida-muerte-vida, que dan cauce a la evolución de las especies, sin los cuales jamás hubieran sobrevivido y adaptado al medio ambiente. Entre otras cosas, los animales y los humanos no estaríamos aquí o no seríamos como somos.
Continuará.