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FERIA DE SEVILLA – El Juli, señor del toreo
El Juli, señor del toreo
Después de la tarde de hoy, llamar Juli a don Julián es una falta de educación. Porque Julián López es un señor del toreo. Era un prodigio cuando, adolescente, toreaba con trazo de figura. Era un torero magistral cuando amplió su repertorio más que ningún otro en toda la historia de la tauromaquia. Era un torero profundo cuando se concentró en el toreo fundamental, y lo hizo con la mano baja, el mando exigente y el dibujo de las suertes, hondo, redondo, extraordinariamente arrematao.
Pero hoy ha superado todas sus fases de crecimiento. Hoy lleva el toreo dormido dentro de sí y el toro se lo despierta. Cualquier toro, tenga el comportamiento que sea, porque Julián tiene receta para todos, los buenos, los malos, los fieros, los fijos, los encastados y los pastueños. Y lo mejor es que esa tauromaquia larga que atesora la usa también para dialogar con los toreros. Que surgen diestros como Pablo Aguado y Juan Ortega, artífices de verónicas sonámbulas y muletazos dormidos, pues va y les dice ¿es así como lo veis? Y su verónicas acarician al tiempo, como lo han hecho hoy al primero de la tarde, y su toreo de muleta, poderoso por dentro y sutil, como de lluvia fina por fuera, rocia la Maestranza con la claridad de lo limpio, lo justo, lo bello sin mezcla de imperfección alguna. ¡Qué excelsa faena! Pues por debajo de aquel sencillísimo poema, latían los terrenos cambiados al toro, sus inercias estimuladas, las resistencias no consentidas, el mando oculto, el arte liberado, y el deslumbrante diálogo entre el toreo y la bravura compartido con el tercer actor de la lidia: el público de los toros. Porque lo sucedido en la Maestranza ha sido más que un triunfo. Ha sido la comunión de la plaza entera con el toreo verdadero.
Hubo, en el cuarto, otra buena actuación de El Juli. Fue una apabullante lección de cómo se mete por el buen camino a un toro bravito pero informal (enseguida les explicaré porqué). El caso es que era imposible una faena cohesionada, pero el maestro iluminó de torería cabal, de naturalidad sobrada, las rachas en las que el díscolo bovino aceptó la ley y el orden impuestos por el señor del toreo. Ni que decir tiene que Julián López abrió una puerta por la que tiene costumbre de salir, la de Príncipe.
Lo que sucedió después entra en el territorio de lo habitual. Dos toreros por encima de sus toros. Una serie de muletazos extraordinarios de Manzanares para finalizar su primera faena. Y una serie de verónicas de temple hipnótico y de sublime trazo, que pararon el tiempo e infartaron los corazones, a cargo de Pablo Aguado al sexto de la corrida. Por cierto un toro excelente al que estropearon en varas, como a otros más, por culpa del diseño de la puya andaluza, una pirámide que se prolonga en un cono que muchas veces impide la penetración del útil e impone al picador sucesivos recargos en la piel del toro que lo alteran. Y unas veces violentan sus embestidas y otras las disuaden. Idéntico error presenta la puya francesa, con los mismos resultados. Ya va siendo hora de que los profesionales del toreo, picadores y matadores, así como las autoridades que tienen mando sobre los reglamentos, acuerden una reunión informativa, en la que los autores de las puyas innovadas informen de los mecanismos neurohormonales que precedieron al nuevo diseño de unas puyas que evitan los múltiples males producidos por la puya actual.
Pero esta es otra historia. La de hoy cuenta cómo El Juli se coloca al frente del nuevo toreo, el de torear más despacio que nunca.
José Carlos Arévalo
FICHA:
Se lidiaron toros de Garcigrande y Domingo Hernández (primero, segundo y sexto), manejables en conjunto. Destacaron primero, segundo y cuarto.
El Juli, dos orejas y oreja.
José María Manzanares, silencio y oreja.
Pablo Aguado, silencio tras aviso y ovación.