EntreToros
LA SEMANA TAURINA – San Isidro, apuntes críticos (Vlll)
“¡Que vuelva el toro de Madrid!”
Eso clamaban los del 7 y sus pancartas. Yo también estoy de acuerdo. Pero, ¿cuál es el toro de Madrid? La camada del año, en toda ganadería está compuesta por cuatreños, la edad en que el toro alcanza su cenit biológico, cuando su desarrollo físico ha llegado al centro de la curva de crecimiento. A partir de entonces, su organismo comienza un lento y largo proceso de decadencia. Su caudal de dopamina, motor de su agresividad y desempeño físico, ha decrecido, aunque no mucho con respecto a su período más álgido, el de utrero. Primer dato biológico a tener en cuenta.
La camada anual se suele dividir en tres grupos, compuesto cada uno por diferentes individuos. El primero, la cabeza de camada, está formado por pocos toros, los más grandes, algunos muy armados, y la posibilidad de elegir los de mejor nota y hechuras es muy limitada. Son toros propicios para las calles. No así los de Bilbao, que siendo muy serios, su selección respeta los parámetros básicos para la reseña del toro; primero las hechuras, segundo, la nota individual, su más directa ascendencia, y tercero, la nota genérica, la cualidades de su reata. Pero lo más básico es que se los reseña en libertad, sin otros condicionantes que un criterio solvente y taurino.
El segundo grupo, y más extenso, lo compone la camada media, en la que la variedad de oferta, por hechuras y nota, es más variada y extensa por el mayor número de toros que la forman. Antaño, los de mayor trapío de este grupo se reseñaban para Madrid y se escogían con mucha antelación, para rematarlos adecuadamente.
Finalmente, está la cola de la camada, compuesta por toros chicos o desiguales de cuerna o muy reunidos, pero no necesariamente de peor nota, ni de un previsible mal rendimiento. Suelen destinarse a plazas de tercera y cuarta.
Esta división tripartita ha servido de base desde siempre para la reseña de corridas en toda España. Pero en Madrid, la creciente demanda de un toro cada vez más grande se ha reducido a la elección del toro enorme y con mayor arboladura, lo que limita considerablemente reseñar una mayor proporción de toros bravos. Además, el culto al tamaño ha forzado el crecimiento del caballo de picar, pues los jefes de cuadra buscaron de inmediato el equilibrio en que suele asentarse la lidia, aunque eso sí pasándose de la raya. Sin embargo, tras la pasada feria de San Isidro no se puede censurar tal exceso. Los encontronazos han sido tan monumentales, debido al desaforado tonelaje del ganado lidiado en San Isidro, que la prevista y quizá inminente reforma de la suerte de varas puede quedar paralizada.
Un referente ideal del caballo de picar, como lo es el caballo de Peña para Sevilla, plaza donde el toro es muy serio pero no mastodóntico. Hoy por hoy sería un disparate exigirlo en la cuadra de Equigarce para Las Ventas. Las corridas, a pesar del peto protector del caballo, volverían a ser un holocausto equino. Lo que no interesa a la funcionalidad de la lidia ni a la imagen pública de la corrida.
Ahora, la Fiesta pasa en Madrid por un período atípico, pues la ganadería puede ofertar, debido a la pandemia, toros de las dos camadas en que estuvo paralizada la Fiesta. Y no sé si por precio o porque al cinqueño se le puede nutrir más tiempo para que presente mayor volumen, se le ha elegido como base de las corridas isidriles. Esta rara experiencia, inédita al menos desde los tiempos de la Edad de Plata, ha servido para valorar más la profesionalidad del ganadero actual. El porcentaje de cinqueños que ha embestido con la espontaneidad y desinhibición del cuatreño ha sido muy alto. Y eso, a pesar de los muchos kilos que portaban –por cierto, la báscula de Madrid miente, o parece mentir, a conveniencia, engorda a los flacos (muy pocos) y adelgaza a los gordos (muchos)- se movían como si estuvieran vareados. Al respecto también hay que reconocer el mérito de los toreros, que se los han dejado crudos para que no se pararan. Pero los ha caracterizado un volumen desaforado, la causa principal de que haya habido pocas series ligadas en redondo, y unos pitones tan grandes que apenas se ven en el campo, lo que habrá impedido reseñar toros de los mejores linajes de cada hierro.
Vistos los condicionantes de enormes volúmenes y defensas impuestos por esos aficionados que han logrado el toro que ahora se lidia en Las Ventas, es lícito preguntarse qué toro reclaman cuando piden que vuelva a Las Ventas “el toro de Madrid”. ¿El que ellos abolieron? ¿El que ellos perdonan cuando lo lidia una ganadería que les es grata? ¿El de los cuernos de uro primigenio? ¿El consentido a las ganaderías malas con sello torista? ¿Un toro más grande y todavía más armado? Muchas son las incógnitas de la situación aberrante a que ha llegado la plaza de Madrid por culpa de unas autoridades de la corrida y unos equipos veterinarios sin criterio propio.
Madrileño.
Próximamente, Cómo es el toro de Madrid.