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MADRID – Castella, castigado. Adrián, premiado

Fotos Alberto simon

por José Carlos Arévalo

En la plaza hay tres actores: el torero, el toro y el público. Sus actuaciones se interrelacionan y los tres condicionan el resultado de la lidia, siempre y cuando el presidente no dimita de su función arbitral y decida ser un actor más. Por eso el comentario del crítico no debe obviar lo que hace cada uno de los tres, ni pasar por alto los desatinos del cuarto e improvisado actor.

Digo esto porque el público de Las Ventas ha merecido un cero en tauromaquia durante casi toda la Feria de San Isidro. No solo porque los talibanes del tendido 7 han roto el serio talante del coro taurino madrileño, sino porque el resto de la plaza no toma partido contra su conducta antitaurina,  incompetente y en algunos momentos canallesca. Como hoy cuando recibió con protestas al astifino y serio ejemplar de  Daniel Ruiz, que abrió plaza, sin que el resto e la plaza dijera ni pío, ni tampoco se escandalizara cuando los lances de Castella, comprometidos, eran jaleados con un “miau” por el torvo tendido. Claro que hoy el público, que no llenó la plaza, estaba compuesto por otro paisanaje. A mi entender, poco habitual en las plazas de toros, parecían invitados o turistas de su propio país. No me extrañó por tanto su despistado silencio para saludar la presencia del torero francés, claro triunfador de San Isidro y protagonista de una heroica faena a su último y peligroso toro de la feria, que le infirió dos graves cornadas en el muslo, una de 20 centímetros y otra de 15, por lo visto insuficientes, pues el ejemplar diestro no se retiró del ruedo hasta matarlo, y que hoy, ocho días después, con las heridas sin curar, no quiso faltar a su compromiso con Las Ventas. 

No me sorprendió, pues, que la gran faena, la excelsa faena de Sebastián, jaleada durante su transcurso, fuera premiada con una tibia ovación por el hecho de haberse rematado con un buen pinchazo y una gran estocada. Hace años, cuando se calibraba la ejecución de la suerte suprema, el pinchazo no se hubiera tomado como una mancha y la estocada se habría premiado con clamor. Pero hace años, la afición de Madrid no habría tolerado la actitud esquizofrénica con que el 7 ha roto el coro taurino de Las Ventas. Lo que no advirtió el indolente público de hoy es que Castella había estructurado una espléndida faena, con una torerísima apertura, una fase central de toreo ligado en redondo con una pureza limpia de falsa retórica, un final un tanto alargado quizá debido a que el torero no obtuvo en esa parte postrera el eco merecido y una maestría que sacó del excepcional toro toda la enclasada bravura que llevaba dentro. Unas décadas atrás, el toro -llamado “Juguetón”, n.º 22, de Daniel Ruiz- habría sido premiado con la vuelta al ruedo y Castella le habría cortado dos orejas. También se hubiera valorado como merecía su destreza frente al cuarto toro, noble, pero de embestidas incompletas, difíciles de acoplar, que el gran torero de Béziers dominó sin demagogia alguna, sin montárselo de maestro exhibicionista, como los que gustan al 7. 

La otra gran faena de la tarde fue ejecutada por el joven Fernando Adrián, que no amontonó pases sino que construyó un extraordinario trasteo en el que sobresalió el toreo fundamental: rednndos templadísimos convertidos en circulares, naturales largos como ríos rematados con los vuelos de la muleta. Quietud, valor del bueno, el de torear, apostura natural y torería cabal, sin triquiñuelas, el toreo verdad, ejecutado con la frescura de la juventud y la voluntad del torero que quiere ser gente. Fue premiado con dos justas orejas y salió a hombros por la Puerta Grande. Su principal mérito: estar a la altura del toro “Secuestrador”, n.º 435, con 580 kilos y muy armado, de Juan Pedro Domecq, sin duda el toro más bravo, más encastado y con más clase de todos los lidiados este año en Madrid.

Quien  no tuvo su tarde fue Emilio de Justo, tenso y sin ideas, no pudo con el 5º de la tarde, un encastado y bravo toro de Victoriano del Rio que no regalaba sus embestidas, pero las tenía. Otra vez será. 

El Rey, acompañado en el Palco Real por la Presidenta de la Comunidad de Madrid y el maestro Luis Francisco Esplá, tiene buen fario. Deben dejarle perplejo sus visitas a esa casa de locos que ahora es Las Ventas, pero en las dos corridas a las que ha asistido, la de la Prensa y la de Beneficencia, ha visto toreo del bueno.

Nota anecdótica: Si a Miguel Abellán le pitó el 7 y, una vez más, dicho tendido pidió la dimisión de Plaza 1, pienso que los dos deben estar haciendo las cosas bien.

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