Antonio Ferrera, que es un torero muy vinculado a Pamplona desde que le cortó el rabo a un toro de Victorino Martín en San Fermín y a quien los pamplonicas consideran un torero de la casa, hizo honor a esta gran amistad encerrándose con seis toros de Miura y cediendo sus honorarios a la Casa de Misericordia, que buena falta le hacen después de dos años sin ingresos. Hasta aquí los buenos sentimientos humanos, el valor, la gallardía y la generosidad de Antonio Ferrera.
Y a partir de aquí, las malas sensaciones taurinas. Porque torear seis “miuras” es un acto irracional mientras los “miuras” actuales no demuestren lo contrario. Al menos los reseñados para este San Fermín, salvo el quinto, bien hecho, que era inválido y se defendió, todos tenían las hechuras exactas para hacer lo que hicieron, saltos encabritados y recortes de galgos locunos. De modo que mi más sincera extrañeza, la misma que me provocaría ver competir a un jinete con un caballo cojo, o a un gran torero, como Antonio Ferrera, torear tarascadas, derrotes defensivos, acometidas descoyuntadas, ni una sola embestida completa en seis toros. Hay cosas muy preocupantes que no funcionan en la Fiesta. Por ejemplo, el interés colectivo por una antigua ganadería que, por lo general, no embiste. Está dirigida por dos caballeros intachables, grandes aficionados a los que me gustaría preguntar por qué hace años, cuando yo era joven, su ganadería sí embestía. Recuerdo una corrida de Miura en San Fermín, la toreaba Rafael Ortega y ya no estoy muy seguro de si también Antonio Ordóñez. De lo que sí estoy seguro, porque me impresionó, es de que un toro pesaba 511 kilos y de que la corrida embistió. Eran otros tiempos, tiempos raros en los que la gente de sol iba a los toros a ver torear.
José Carlos Arévalo