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PAMPLONA – Casi, una buena tarde de toros

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Casi, una buena tarde de toros

El primer Jandilla era de Puerta Grande, pero un banderillero le pegó un latigazo cuando terminaba el tercio de banderillas, se dobló la pezuña de la mano derecha y se jodió el invento, no por culpa del toro, que superó el dolor, ni de Urdiales, que lo toreó como si  estuviera en plena forma, sino por el presidente, que negó el premio a una manera excelsa de hacer el toreo. El segundo Jandilla era de Puerta Grande pero perdía las manos por un quítame allá esas pajas y se jodió el invento. El quinto Jandilla era de Puerta Grande, pero le picaron poco por debil, pero era bravo, y un toro bravo sin fuerzas y poco picado es muy difícil de torear. Pero Talavante es un torerazo, lo toreó como si dos puyazos de verdad lo hubieran atemperado y como lo mató de un emocionante estoconazo pudo cortarle las dos orejas y salir por la Puerta Grande, pero no se las cortó porque su puntillero se hartó de marrar y una vez más se jodió el invento. A quien no le robaron la Puerta Grande fue a Ginés Marín, que sorteó los dos toros más deslucidos y los mató con maestría.

¿Tarde perdida? No, vimos ese toreo por el que la corrida de toros es el mayor espectáculo del mundo: las verónicas de Diego Urdiales a su primero, toreras, templadas, de bellísimo trazo, iniciadas casi en tablas y terminadas en la boca de riego. Y vimos la impronta de figura de Talavante, no solo en su estar sino, sobre todo, en su extraordinaria manera de torear con la muleta. Podrán no estar saliéndole bien las cosas en la temporada de su reaparición pero es un figurón del toreo.   

Es un poco desasosegante, y que me perdonen las peñas y que no me perdonen los presidentes, lo que me trae al fresco, ver a Urdiales lancear a la verónica rodeado de cánticos y copas de miles de festejantes que están de espaldas al ruedo, o ver a Talavante torear por naturales de maravilloso trazo en medio de un griterío ensordecedor. Como decía el gitano, es mu raro mu raro. Casi tanto como no saber nunca si a un torero le van a dar la oreja o no.  

Me permito hacer esta improcedente crítica al público porque yo también he pecado. Hace años, en Pamplona, en los toros, dormía yo como un tronco en una maravillosa butaca de mimbre, en barrera. Y abrí los ojos. Y ví a César Rincón toreando por naturales de una manera impresionante. Y le pegué un codazo a mi amigo, el ganadero mexicano Jorge Martínez, que también dormía. Y le dije, eh tú, despierta que está toreando Rincón. Y vimos en pie un faenón memorable. Y es que estabamos en Pamplona. Y como diría mi amigo Gómez Pín, eran días de vino y toros.  


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