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PAMPLONA – El Palco le roba a Daniel Luque la Puerta Grande
Del chiquero salió un toro impresionante, grande, hondo, supongo que viejo, y lo que había entre los dos pitones, eso que en el argot se llama cuna era una cama de matrimonio. Para este plumífero, un toro impresentable, para la moda actual, un ejemplo de seriedad. El toro tenía una cosa buena, se llamaba “Comisario”, sin duda de la misma familia que el novillo de bandera que lidio Gallardo en la novillada del día 26 de Junio en las Ventas. Además “Comisario” se movía mucho, sin clase pero noble. La suficiente para que un gran torero como Luque lo templara, lo acompasara y terminara haciéndole embestir con más bravura de la que tenía. Una cosa es moverse, que la maestría aproveche y conduzca las inercias de un toro poco picado, y otra, muy distinta, lo que hizo cuando el torero le había enseñado a embestir. La faena de Luque tuvo mucha tauromaquia escondida y mucho toreo del bueno. Y como mató de una estocada sin puntilla, este ingenuo espectador pensó que el de Gerena cortaría las dos orejas. Error, el presidente no le concedió ni una. Menos mal que en el otro, una mala prenda tapada por la maestría del sevillano, le dio una merecida oreja. Pero la Puerta Grande se la había birlado. A lo mejor sin querer. Anomalías como esta solo suceden en los toros: que la máxima autoridad de la corrida sea un incompetente y que todo el mundo se fume un puro.
Para no aburrirles, acabo pronto estas líneas. La corrida de Fuente Ymbro estuvo a punto de gustarme pero no me gustó. Se movió mucho, embistió menos, o con poca clase, la picaron poco y bien, y los toreros estuvieron bien. Pero cuando los toreros están bien sin sentirlo y torean para agradar y atraer a la mitad del público que no está en la corrida, el toreo me aburre. Reconozco que José Garrido estuvo muy por encima de un lote esaborío y que Álvaro Lorenzo dio unos muletazos muy lentos, muy buenos a su primer toro. No sé, puede que la decibélica juerga del sol me aturda y que ahora solo quiera meterme en la cama y fumarme un cigarrillo mirando al techo. Decididamente soy un ciezo. Hasta mañana.
José Carlos Arévalo