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El Torero

Sevilla. Feria de San Miguel

Fotos: Arjona/Pages

​​Un extraño en el paraíso

Maestranza. Todo es casi perfecto. La plaza, más cuidada que un templo el día del santo. El personal de plaza,inigualable: alguacilillos, monosabios, areneros, regadores, acomodadores -pocos, pero eficientes-,mulilleros con sus mulillas lustrosas, cabestrero con su parada de mansos, carpinteros que reparan y repintan las maderas de un día para otro, más bien parecen creyentes de un templo que empleados de una plaza de toros. O sea, asistir a una corrida o torear en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla imprime carácter al público y obliga al torero a esmerar sus maneras.

La suerte de varas, la cuadra de Peña y la despedida de Salvador Núñez

En lo relativo a lo estrictamente taurino hay otros matices que se deben evaluar. La cuadra de Peña, la mejor de España, debiera equilibrar mejor el peso de sus monturas, muy toreras, con la romana y el fondo previsible de cada toro. Así como no usar siempre la ventaja de acostarse ya en el embroque sobre toros, empujen o no, o muy codiciosos pero de poco vigor, como varios de Garcigrande, bravos y sin fondo suficiente.

La actuación de los picadores fue muy honesta, no pretendieron destruir ningún toro. Si algunos picaron trasero -lo que merma las prestaciones del toro- fue más por hábito que por malicia. Y si bien es cierto que la puya actual no permite una pronta sujeción del picador en la suerte por culpa del tope que separa la pirámide de la base circular que la sostiene, lo que impone recargas que deterioran futuras embestidas, más cierto resulta que las tres corridas de la feria se picaron con corrección. Lo que no impidió verificar las nocivas consecuencias de la puya vigente: puyazos tan solo señalados provocaban inmediatas sangrías que llegaban a la pezuña. Sinceramente, no se entiende cómo el picador actual -y los hay muy buenos- acepta un útil que atenta contra su seguridad y su lucimiento.

Lo más emocionante de esta suerte, anquilosada reglamentariamente, con protagonistas ignorados por una tesitura técnica que obstruye la eficacia y el lucimiento del picador, fue la despedida del gran varilarguero Salvador Núñez, desconocido para los públicos, como todos sus colegas, pero respetado y admirado por todos los profesionales. No fue un adios como el del mítico”Agujetas”, en Barcelona, el año 1913, a la que acudieron aficionados de toda España y también del suroeste de Francia. Pero la del picador de Pablo Aguado ha sido una de las despedidas más emotivas que he presenciado. La Maestranza fue otra vez la auténtica casa de los toreros.


Toreo de alto nivel, un presidente incompetente y un público incoherente

La cumbre torera de la feria tiene tres protagonistas: Juan Ortega, David de Miranda y Pablo Aguado. La faena del trianero es ya un hito para la historia de la temporada 2025. El toro de Victoriano del Rio reunió dos trapíos, el corporal y el de comportamiento. Era un tío bien armado, y de una bravura encastada, fiera, que se traducía en embestidas de hierro, poco dúctiles para el toreo. Pero Ortega lo pudo y lo toreó como si fuera un dócil y enclasado toro. Sus series de derechazos fueron, por su temple cadencioso, por su trazo de indecible belleza, por su mando, que convirtió a una fiera en torillo pastueño, un momento estelar del toreo de muleta. El presidente, que no tiene ni puta idea, le concedió una oreja… no se vaya a pensar que Sevilla es una plaza como las demás. Puro provincianismo, indigno de una ciudad que es todo lo contrario. Me temo que en los tendidos había más ricos de afuera que aficionados tiesos de adentro.


¿Lo malo de la estupidez? Que es reiterativa. Ya antes de la faena orteguiana, David de Miranda había puesto la plaza bocabajo. Por lo visto, según algunos, con el demérito del valor. Antaño una cualidad cardinal del toreo y hoy, según algunos, un ardid que tapa la carencia de arte. De risa. Si tomamos prestada la terminología flamenca, en el toreo no se podría cantar que por un solo palo. No merece la pena explicar a estos nuevos aficionados qué es el arte. Pero sí se debe afirmar que el de Miranda hunde sus raíces en el valor. Porque el valor de David es bello, épico, heroico. Y torero. Pues los pases llevaban muytoreado al toro. Con limpieza, con pureza. Y tuvieron sus esculpidos muletazos la virtud torera de transmutar un genio defensivo en casta ofensiva. Y a la postre, en vaciar el toro de bravura, pues toda la había absorbido el toreo. Y como, además, lo mató de una estocada, el presidente, que, repito, no tiene ni puta idea, le concedió una orejita. Y el público, que se había desfondado durante la faena, le aplaudió con incoherente mesura. Acojonante. 


Con ese estúpido talante cerró plaza Pablo Aguado, quefrente a un toro desagradable y deslucido, lo toreó de capa como los ángeles. Y su muleta respondió al genio conpinturería, a las malas ideas con inspiración, y cuando avieso morlaco estaba vencido, con un toreo cadencioso, luminoso, ¡con arte, coño, con arte! Y como lo mató bien, no es que le privaran de una oreja, es que no le dieron ni las gracias, sino unas palmitas. Para que no se diga.


La otra faena cenital la hizo Daniel Luque, no sé si el torero que mejor torea, pues a determinados niveles jerarquizar a los toreros va en gustos. Pero sí sé que el de Gerena es el mejor torero del escalafón. Había hecho una portentosa faena a su primero, un berraco que olía a cloroformo, con un pitón izquierdo que era la espada del diablo. Y aunque lo toreó también por dicho pitón, y de manera excelsa, y aunque cuajó dificilísimo bravo, y aunque lo mató, que si quieres arroz Catalina. Pues presidente y público, muy suyos, resulta que padecían la misma miopía. Pero lo de su segundo toro, blando de remos, flojo de riñones, sin capacidad para embestir diez centímetros, pasará a los anales de la historia del toreo. Porque el torero volvió a resucitar la misteriosa medicina del temple, a la que tanto se refirió Pablo Lozano. Y se produjo el milagro. El agua de la mansedumbre, Luque la convirtió en el vino de la bravura. Una bravura lenta, elegante, seducida por el temple indecible del toreo. Y sí, si Morante, al día siguiente, dio el más lento y mágico natural del año, Luque dio el día antes seis del mismo nivel artístico. Y lo afirmo yo, que soy morantista hasta la médula. Por cierto, la tarde de Daniel Luque fue de Puerta del Príncipe. Pero la proporción de cursis en la plaza era demasiado larga.


Antes de referirme al genio de la Puebla, voy a hablar de Roca Rey, un torero a contra estilo de la Maestranza por la sencilla razón de que es el líder indiscutible del toreo sin haberle .pedido permiso. Y lo digo con sincero pesar porque Sevilla es la mejor plaza del mundo. Aunque tiene, a mi modo de ver, un defecto. A veces, premia más lo bonito que lo bello, valora más el toreo dicho que el toreo hecho. Pero con una contradictoria conducta. Una cosa es la respuesta instantánea que da al toreo mientras sucede, de una lucidez taurómaca y de una sensibilidad artística deslumbrantes, y otra cómo se mira al espejo y se lo piensa cuando el toro está muerto. El domingo caló la torería magistral y el valor inteligente y sin cuento del peruano, pero cuando acabó la lidia midió no se quiso dar por vencida. Seguramente pensaba que con los dos marrajos que sorteó el limeño nadie habría estado mejor. Pues enhorabuena torero y que salga el toro siguiente para el joven torrero de casa.


Javier Zulueta, el toricantano doctorado por Morante, estuvo muy bien. No le vi el bello trazo de su capote y de su muleta, pero si su capacidad para estar bien con un lote deslucido. Le queda un largo camino. Que tenga suerte.


Conclusión: Las antaño faenas de dos orejas son hoy de una. Y algunas, de ninguna. Al menos, en la Maestranza.

Y Morante

Un tópico, Morante es un genio del toreo. Pero casi todos los tópicos son verdad. Y el de Morante lo es. El de la Puebla no gusta, embelesa. Su conexión tiene magia. Su inspiración, sorpresa. Sus lances y sus pases surgen como un acompasado y bellísimo relámpago. Y su arte es una epifanía, la resurrección del sagrado arte de torear. Morante  está bien y cuando está mal. O sea, siempre está bien. Su lance cambiado de rodillas, herencia directa del señor Fernando el Gallo, sus chicuelinas de giro cadencioso y templados vuelos, y sobre todo, sus pases naturales ligados en redondo, abelmontados por su quebrada cercanía y achicuelados por su sedoso compás,iluminaron una tarde oscurecida por una mansedumbre desganada y un cielo encapotado. No hubo faena, no podía haberla, pero sí relámpagos geniales, increíbles dada la estúpida torpeza del bovino. Su toro fue como todos los toros de la aciaga corrida de Núñez del Cubillo. 



¿Me olvido de alguien? Sí, de Talavante, que tuvo un mal lote y se abstuvo. Nada que reprochar.

Última reflexión: Las tres corridas estuvieron bien presentadas, con la habitual desigualdad de hechuras que ofrecen los lotes a fines de temporada. Los de Victoriano del Rio, más broncos que bravos. Los de Justo Hernández apuntaron una bravura que pudieron desarrollar por falta de fondo físico. Y los de Núñez del Cuvillo, un desastre absoluto.

Con semejantes mimbres, ¿cómo vimos tanto y tan buen toreo? Por una razón que los aficionados “puretas” no quieren reconocer: Esta es una época de magníficos toreros

Éxito incontestable de la casa Pagés

Tres corridas de feria. Tres llenos de No Hay Billetes. Tres corridas televisadas en abierto por Canal Sur. Tres records de audiencia. Una ILP contra la Fiesta. RTVE contra las corridas televisadas. El pueblo llenando las plazas. Y la Maestranza de Sevillla, como en el siglo XVIII, el de las cuatro prohibiciones a las corridas de toros, otra vez a la vanguardia en defensa de la tauromaquia. Y la empresa Pagés, respondiendo con un arma inobjetable: la calidad como mejor argumento. Las cosas como son.    

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