EntreToros
LOS ARGUMENTOS DE LA FIESTA – Por qué la tauromaquia no es tortura
Los instrumentos del arte de torear se dividen en ofensivos y defensivos. Los primeros –puya, banderillas, espada, descabello y puntilla- actúan sobre el toro y son objeto de crítica por los enemigos de la Fiesta, que los califican de armas. Y los segundos –capa y muleta- no merecen ningun reproche, pues no infieren herida alguna en el animal.
Por el contrario, los aficionados denominan útiles a los instrumentos ofensivos. Y con razón. Pero si bien hieren al toro, su función actúa a favor de su organismo. En el primer tercio, la herida de la puya en la piel activa un mecanismo neurohormonal que, a través del cortisol, palía el estrés e incentiva su agresividad, a la par que las betaendorfinas bloquean (anestesian) el dolor con una eficacia doscientas veces superior a la morfina. Este mismo proceso, cuya misión consiste en restaurar el gasto energético hecho por el toro en su pelea con el caballo en la suerte de varas, se repite en el segundo tercio cuando las banderillas se clavan en su piel. De esta manera, el toro ha bloqueado su dolor definitivamente en la faena de muleta, lo que le permite embestir sin desfallecer hasta la hora del estoque, utensilo que acaba con su vida.
Lo que sucintamente acabo de exponer sobre lo que le pasa al toro durante la lidia no es algo opinativo, sino una brevísima conclusión de las investigaciones llevadas a cabo por el biólogo Fernando Gil Cabrera y el veterinario Julio Fernández Sanz sobre el mecanismo neuroendocrino que actúa en el toro durante la lidia. Se hicieron públicas recientemente, en la segunda década de este siglo.
En cuanto a la degradación ética del público que presencia el pleito entre el torero y el toro, es facil argumentar que la lidia plantea una tesitura absolutamente opuesta a la tortura. Esta es un acto de violencia ejercido impunemente por el victimario sobre una víctima que no se puede defender. O sea, lo contrario de lo acontecido en el ruedo, donde la víctima agrede (embiste) al victimario que evita su letal agresión mediante el uso de sus armas defensivas –capa, muleta-, por los taurinos llamadas engaños, los cuales resuelven la agresión de la llamada victima mediante el toreo del victimario.
El andmiaje ético de la lidia estriba precisamente en esa permuta de papeles entre el torero y el toro. Pues en el ruedo el toro es el agresor, el generador de violencia, una amenaza de muerte, y el hombre es el torero, el que burla con valor y arte dicha amenaza. De hecho la clave estética del toreo es convertir la violencia bisceral del toro a la cadencia del arte impuesta por el torero.
Como líneas más arriba exponíamos, la sabiduría de la lidia propicia un favorable juego biológico en el estado psicofísico del toro ante su lucha, que además equilibra con exacto rigor su agresividad, no solo para adaptarlo a los dos tercios siguientes, sino para que su transmisión de peligro al público no decaiga durante todo su combate, siendo las suertes más peligrosas las ejecutadas por el torero a medida que el toro atempera su vigor.
La lidia es un arte escénico cimentado por la ciencia, el mito, la cultura, y basado en una ley troncal que rafuta todas las acusaciones de violencia y crueldad : La Ley Natural de Solidaridad Específica. De ella hablará la próxima entrega.
José Carlos Arévalo.