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Editorial

LA LIDIA A EXAMEN – LA LIDIA DEL XXI (1) Urge mejorar la corrida de toros

Foto Plaza de toros de Arles by Diego Ramos

LA LIDIA DEL XXI (1)

Urge mejorar la corrida de toros

Precisamente porque la fiesta de toros está en crísis (desatención de los medios, alejamiento de la sociedad) por causas ajenas a su voluntad, debe mirarse a sí misma, autocriticarse, extraer conclusiones y mejorar. 

¿Mejorar en qué? se preguntarán aficionados y profesionales. Y para contestarles hay que recurrir al tópico y responderles: los árboles no os dejan ver el bosque. ¿Y cuáles son esos árboles? Pues todo lo bueno que ofrece ahora la Fiesta, algunos toreros que con su calidad tapan el hecho de que la corrida es un espectáculo devaluado: dividido en tres tercios, hoy solo se justifica cuando el tercero es brillante, pues los dos primeros son, salvo raras excepciones, funcionales, sin el mayor interés artístico. La suerte de varas reducida a una sola vara (la segunda prácticamente simbólica, solo en plazas de primera), es por lo general un puro trámite que ni permite evaluar la bravura del toro en esta suerte antaño reveladora, ni da oportunidad de ver los quites que antes daban lugar a una variada exposición del toreo de capa. 

¿Por qué se han reducido los dos primeros tercios a la mínima expresión cuando hasta hace unos años daban emoción y brillantez a la lidia? ¿Es que el toro actual ha perdido vigor? Esta es la errónea convicción de todos, aficionados y profesionales. No tienen en cuenta que la suerte de varas se plantea ahora muy desequilibrada en contra del toro: desde 1992 una distancia mínima entre toro y caballo de tres metros, un caballo con 650 kilos (o más, aunque lo prohíba el reglamento), al que se debe sumar el peso del picador más los arreos del caballo. En total, 800 kilos o más. Si se comparan estos datos con la suerte de varas practicada en los años 60 del siglo pasado, se comprenderá por qué aquellos toros más terciados y flojos, que solían rondar en la tablilla los 480 kilos, sí admitían tres varas por varias razones: la distancia mínima entre toro y caballo era de dos metros por lo que acudía a menos velocidad, el caballo de picar pesaba entonces en torno a los 500 kilos, el peto de borra y menos tenso permitía el romaneo, y el picador se afanaba más en defenderse que en picar. No importaba, pues, que la puya fuera más grande, ni que el número de encuentros fueran tres, que el toro, con edad inferior a la reglamentaria, vareado, peor alimentado, menos saneado y en absoluto ejercitado, los admitiera con menor quebranto. 

Por el contrario, el toro actual, muy cargado de peso, con una superior bravura que le induce a emplearse, a acudir con más velocidad y a romperse, sufre en una sola vara la penetración de un puyazo demoledor, a veces fatal, cuando su colocación es baja o trasera o las dos cosas a la vez, que le provoca una sangría tan espectacular como nula para atemperarlo, pues el toro no se atempera por el llamativo derrame sino por dos motivos: el tremendo esfuerzo de su pelea contra el peto y el de su embestida humillada ante los engaños. El primer motivo le merma con su entrega si el toro es bravo, y si por si acaso no lo fuera, el picador le tapa la salida para que apriete y se desgaste empujando, buscando la huida cuando es manso, y el segundo, exige gran esfuerzo físico y dificulta su respiración al embestir con sus vías respiratorias flexionadas.

Pero la lidia es un proceso etológico muy sabio. Antiguamente, cuando se empezó a seleccionar la bravura, el pincho de la garrocha probaba si el toro respondía con agresividad, se encelaba y repetía sus embestidas. Hoy sabemos, gracias a la ciencia, a investigaciones llevadas a cabo recientemente por científicos españoles, que el toro de lidia es un bovino singular que posee unos especiales mecanismos neurohormonales, posiblemente desarrollados gracias a la selección de los ganaderos, primero de los antiguos juegos taurinos y posteriormente de la lidia, que palían el dolor y reducen el estrés para que florezca la bravura. Este proceso, en que intervienes distintas sustancias (cortisol, adrenlina, betaendorfinas, metaencefalinas, serotonina, dopamina…), que se empezó a dar a conocer en 2007 por el profesor Juan Carlos Illera, actual catedrático de Fisiología de la Facultad de Veterinaria de la UCM, mientras codirigía la tesis doctoral del biólogo Fernando Gil Cabrera, y completado tras analizar varios cientos de toros por dicho biólogo junto con el veterinario Julio Fernandez y colaboradores, se inicia por una respuesta ante una estimulación producida, no en la masa muscular del animal, sino en su piel, por lo que la profundización de la puya, hoy más honda que nunca, es realmente innecesaria, tan solo prescriptiva para que el picador tenga un punto de apoyo en la suerte, el preciso para que se sostenga con su montura y mantenga el equilibrio. Resulta estimulante comprobar cómo la intuición del antiguo aficionado, cuando opinaba que “el toro bravo no se duele al castigo”, tiene hoy el aval de la ciencia. 

La lidia descubre el comportamiento individual de cada toro a lo largo de la lidia y a su término, su carácter ha sido desvelado y el toro ha adquirido su individuación. Paso a paso, el método de la lidia actúa con científica precisión. Así, al tránsito del toro atemperado cuando acaba el primer tercio, lo sucede un proceso de recuperación provocado por el segundo tercio que ayuda a restaurar su vigor, con una lidia más pausada mientras que la suerte de banderillas le impone la embestida con la cara alta, lo que aumenta su oxigenación para que se sobreponga a la fatiga muscular, al tiempo que el pinchazo de las avivadoras aumenta la producción de betaendorfinas y otras sustancias para entregar el toro a la muleta con su dolor bloqueado, su estrés paliado y, según afirman los citados científicos, con un cierto grado de euforia. Es gracioso que Antonio Caballero, el escritor colombiano y gran aficionado a los toros, escandalizara al lector supuestamente antitaurino de El País cuando escribió, en ese periódico, que al toro bravo le gusta embestir. 

Pero vayamos a lo nuestro. ¿Por qué los matadores actuales han dejado de banderillear y, con su inhibición, prácticamente vetado la brillantez de un tercio, hasta los años 60 ejecutado por muchos espadas? A esta y a otras cuestiones todavía no planteadas daremos respuesta en nuestra próxima entrega.

José Carlos Arévalo.

Próxima entrega:

LA LIDIA DEL SIGLO XXI (2)

    Urge reglamentar los útiles innovados

   

           

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