Editorial
EDITORIAL – Por qué soy morantista
por José Carlos Arévalo
Hace años, en la ganadería de Gerardo Ortega, vi picar a Morante, el medio pecho del caballo por delante en el cite, la vara lanzada con torería, el puyazo en lo alto, el embroque breve porque el animal era una vaca y así lo quiso la mano izquierda del jinete. La primera vez que vi banderillear a Morante fue en Jeréz. Y fueron cuarteos sin pretensiones, la carrera corta y templada, la reunión en el balcón, los pies en el suelo, los tobillos juntos, las rodillas juntas, los palos a la altura de la montera, la salida despaciosa. ¿Hace cuánto tiempo que no hablamos de banderillear con arte? A Morante le he visto la larga cambiada a porta gayola –una vez-, la larga afarolada y la cordobesa al amparo de tablas, el cambio de rodillas con el capote de don Fernando el Gallo, el quite del bú de su hijo José, las tijerillas a lo chatre de Pepe-Hillo, las chicuelinas de la escoba de Antonio Bienvenida, las barrocas de Manolo Gonzalez, las aladas de Chicuelo, las semifrontales de Paco Camino, las chicuelinas al paso de Pepe Ortíz, pero todas eran morantianas.
La media verónica belmontina y la media amanoletada, pero las dos eran morantianas. Mas la verónica de Morante no tiene referentes, es morantiana, y lo es de muchas clases, abelmontada con el toro bronco y agitanada con el fijo.
Pero no recuerdo haberle visto el lance al delantal de Chicuelo. Y sé que cuando lo vea me sorprenderá. Con la muleta, este torero, que tiene en la mente el paradigma de Gallito, es belmontino, en el cite semifrontal, el compás abierto, la suerte cargada, por naturales y derechazos.
Y su trincherazo tiene un deje caminista pero mas trianero, menos dormido, y el de la firma lo da natural, a la manera de Granero, y el pase de pecho forzado sin enmienda hecho como Ojeda y dicho como Morante, y el kikirikí tiene gracia aunque menos bronce que el de Curro.
En el ayudado por alto, en el molinete arrebujado, o achicuelado cuando torea a compás semiaberto, la cintura alargando el pase, y cada pase un paso. Y le he visto despedirse del toro con chulería y majeza de un banderazo por alto de pitón a pitón después de haberle dado fiesta. Y le he visto matar con más pureza que temple a los toros que cuaja, demasiado fiel a la línea recta, demasiado ceñido en el cruce.
Los toreros de largo repertorio no suelen ser toreros profundos ni de arte, aunque los Bienvenida lo eran. Morante es un torero culto, el más culto que he visto y, sin embargo, es un torero fresco, que inventa las suertes cada vez que las hace. Morante tiene el ángel mañanero de San Bernardo, la elegancia de la Alameda, la profundidad de Triana, a veces un temple aljarafeño y siempre un duende agitanado, más cuchichí que gitano. Pero lo formidable es que Morante hace todas esas suertes en el momento oportuno y sobredimensiona la lidia de los tres tercios. Ninguno es de trámite, todos están llenos de toreo. Porque Morante lidia mientras torea, y cada suerte surge en el momento oportuno, en el que lo pide la condición del toro y no en otro. Por todo eso soy morantista*.
* Se me ha quedado en el tintero un tema importante: la faena abierta y la faena cerrada en Morante… y en José Tomás. Lo dejo para el invierno.