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LA SEMANA TAURINA – Apuntes sevillanos (2). ​La idiosincrasia de La Maestranza

Momento en el que Ferrera le brinda la muerte del toro de Victorino al futbolista Joaquin. Fotos Arjona/Pagés.

La idiosincrasia de La Maestranza

El coso del Baratillo es como es. Pero cada aficionado que conozco tiene su versión. Por supuesto cambia con el tiempo porque cambian sus aficionados locales y sus espectadores foráneos. Los locales culpan a estos de las actuales disonancias. No tienen razón. A Sevilla van en abril las minorías más selectas de varias regiones españolas, de todos los países taurinos hispanoamericanos, de Portugal, de Francia. Y saben estar o se contagian del saber estar del público sevillano.

Pero, ¿cómo es la Maestranza? Les doy mi versión: si Madrid es la Roma del toreo, Sevilla es Jerusalen, la plaza donde se inventó la Lidia. Que no se mosqueen los madrileños por el hecho de que Madrid tuvo los primeros cosos cerrados de la tauromaquia, ni los vascos porque de allí datan las primeras  cuadrillas de a pie, ni los valencianos porque allí nacieron éstas al mismo tiempo, ni los peruanos porque Acho es la plaza más antigua del mundo, ni los mexicanos porque ya la familia Cortés daba toros en el siglo XVI. No, que no se moleste nadie si yo ahora afirmo que Maestranza es la madre de la tauromaquia.

Porque en Sevilla se imprimieron las primeras tauromaquias de a caballo y el sevillano Pepe-Hillo, en colaboración con el maestrante José de la Tixera, la primera de a pie. En Sevilla, el sevillano “Costillares” dividió la lidia en tres tercios. En Sevilla, el gaditano “Paquiro”  redactó, en colaboración con el escritor sevillano Santos Pelegrín “Abenamar”, la tauromaquia que marcó la evolución del toreo. Y fueron sevillanos Curro Cúchares, que enriqueció el último tercio con la faena de muleta, Y Fernando el Gallo, que inició el toreo ligado en redondo (con el antecedente del madrileño Cayetano Sanz, formado por el sevillano Capita). Y sevillano era José Velazquez, escritor de la primera historia del toreo. Y sevillano era Antonio Montes, que presagió el toreo parado (con el antecedente del cordobés Lagartijo). Y sevillano era Juan Belmonte, que impuso las leyes inalterables del arte de torear (parar, templar y mandar). Y sevillano era Chicuelo, que legisló para siempre el toreo parado, templado y ligado en redondo. 

Qué quieren que les diga, todas estas cosas dejan un poso social y taurino que se transpira en la Maestranza todos los días de toros. Es una atmósfera de naturalidad que ya se percibe en el paseo Colón camino de la plaza y explica la normalidad con que se acepta una mala corrida, los mil y un matices expresados por el tendido en el seguimiento de una corrida ni buena ni mala hasta el punto de poder seguir la lidia sin verla, solo escuchando al coro maestrante. Pero sin duda, lo mejor de este público es cómo gradúa los triunfos, unas veces sin creérselo mucho, otras con comedimiento y algunas con sincera pasión. 

Lo malo de la Maestranza son, como siempre, los guardianes de la pureza. Los que hace unos años se quejaron de que se redujera su ruedo y se ampliara el tendido, parecía que se quería violar a una vírgen y no tenían en cuenta que la plaza, como las viejas catedrales, ha gozado de buenas reformas. Por ejemplo, hasta la segunda parte del siglo XIX, las gradas no cerraban los tendidos de sol. Y cuando la obra se hizo mejoró el edificio. De los puretas, líbranos Señor. Por ejemplo, de los que se quejan de que Ferrera forzara al bético Joaquín a que saltara al ruedo cuando le brindó la muerte del ya histórico “Pobrecito”, de Victorino Martín. ¿Qué dirían entonces de esa foto, nada menos que de Joselito y Sánchez-Mejías jugando al fútbol en el mismo albero de la Maestranza?     

Claro que el público de la Maestranza ha cambiado. Afortunadamente. Porque si no sus tendidos estarían poblados de momias. Pero ha cambiado en lo accesorio. En esencia es el mismo de siempre. Ya lo dijo el refrán, el que tuvo, retuvo.

José Carlos Arévalo.

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