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MADRID – 3ª de feria, El toreo de Luque, la paz del 7 y el frio y el viento

por José Carlos Arévalo
Los “juanpedros” tenían más kilos que vigor, una bravura enclasada y poca casta. De modo que el peligro lo puso el viento. Y como los toreros no quieren entender que si el viento se emplaza en el sur hay que torear en el norte. Y como había dos matadores bisoños y un maestro, la corrida solo tuvo interés en los dos toros lidiados por Daniel Luque. El resto aburrió a las ovejas.
Pues sí, el maestro de Gerena estuvo superior con su primero, al que con razón no pegaron en varas. Y por una doble ecuación que no se cumple en “Lo Álvaro”. Abunda la bravura, patrimonio genético de esta ganadería, pero escasea la fuerza, soporte indispensable de la bravura. Y Luque se lo dejó crudo. Y se lo llevó pronto a los terrenos del 4, y como allí arreciaba menos el viento, pero arreciaba, su perfecta colocación, su valor torero, su temple magistral y su pulso de virtuosista engañaron al antitaurino dios del viento y torearon al toro. A la faena le faltó rítmo en su construcción, pues lo impedía el tramposo Eolo, pero tuvo fases de embriagante cadencia y siempre un clamor de maestría. Al toreo lo jalearon los oles estremecedores propios de esta plaza, pero la maestría no cotiza en estos tiempos. Y menos cuando una pancarta del 7 había advertido al Palco que se dejara de triunfalismos. Así que el cónclave, advertido y apocado, no sacó los pañuelos suficientes y el presidente no pecó de triunfalista. Pero con el cuarto de la arde, Luque se equivocó. Lo colocó de largo al caballo, y, como era bravo, galopó como un cometa, se estrelló contra el peto, levantó los 800 kilos de montura y picador, empujó con codicia y se vació de fuerza. Tras la segunda vara, quedó sentenciado. Verbigracia: bonita la suerte de varas, mala la lidia. Pues el toro, bajo de casta y ayuno de fuerza, no se vino arriba en banderillas y no tuvo un pase en la muleta.
Y se acabó lo que se daba. Ángel Tellez, que había sido cogido en un imprudente quite al primero de la tarde, dejó entrever buen estilo y dejó ver su inmadura destreza para vencer al viento, elegir terrenos y distancias, conseguir el necesario acople. Y su joven compañero de cartel, Francisco de Manuel, más de lo mismo. La tarde, fría y ventosa, terminó siendo un castigo para los ateridos aficionados. No la salvó ni la paz del 7, que respetó las muchas carnes y cuernos de los “juanpedros”. Eolo no era el dios del viento sino el mismísimo diablo del toreo.







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