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SEVILLA – Las orejas y el toreo

por José Carlos Arévalo

Me decepcionó el público de la Maestranza. Me decepcionó el presidente de la corrida. El primero porque no solicitó mayoritariamente la oreja del primer toro de Morante, después de un trasteo genial. Y el Usía porque retuvo el pañuelo casi hasta el arrastre del cuarto, después de un faenón genial del poblano, para no conceder la segunda. 

¿Qué motivó el ridículo comportamiento de ambos? Romper moldes tiene ese precio. Frente a la faena predeterminada, cerrada, basada en muchas series de muletazos ligados y no por buenos menos previstos, Morante opone otra concepción de la faena: abierta, de preguntas del torero y respuestas del toro. Una faena de trayecto imprevisible. Basada en las prestaciones, buenas o malas, del astado. Las del lunes 24 de abril, poco favorables y muy escondidas. Pero al maestro de La Puebla le inspiran tanto las buenas como las malas embestidas. Y cada suerte es una sorpresa, un bellísimo hallazgo. Y cada faena, un poema irrepetible. Morante no se parece a ningún torero. El acervo de su repertorio es inmenso y novedoso, convierte el toreo accesorio en fundamental, y éste en el toreo más profundo de la tauromaquia actual. Pero si su aparición encandila y deslumbra al tendido mientras sucede, su valoración postrera desconcierta al cónclave y a su presidente. Hay más villamelones de los que se pensaba. Hasta en Sevilla. Pero la tarde morantiana de ayer pasará a la historia del toreo.

Sí cortó dos orejas Emilio de Justo. Y las mereció. Juan Belmonte advirtió a un novillero debutante que Dios le librara de sortear un toro bravo, pero la conseja no vale cuando el torero es Emilio de Justo. Porque el extremeño toreó de cabo a rabo las encastadas, bravísimas, peligrosísimas embestidas de un toro llamado “Filósofo” y que debería haberse llamado “Guerrero”. Los ayudados por bajo con que comenzó la faena, toreados hasta la extenuación de la embestida, no los volveremos a ver. Tal vez si coinciden un toro tan bravo y un torero tan bueno. Y tan clásico. Y tan poderoso. Porque sus naturales y sus redondos, que tuvieron verdad e intensidad, hondura y bellísimo trazo, conjugaron con poderío la virtud esencial del arte de torear: fundir la belleza y la emoción. Lo dicho, dos orejas de ley. Y vuelta al ruedo, merecidísima, al toro de los hermanos Matilla.

Además, el triunfo de Emilio y del toro “Filósofo” devolvió su ser a la plaza. Parecía haberlo perdido definitivamente con la faena de Talavante a su primero, también bravo. Es cierto que al trasteo del pacense le faltó mantener la misma intensidad durante toda la faena. Pero pocas veces se habrá visto un toreo de trazo tan angélico. Comprendo que Talavante pareció tirarse a no matar y que a veces padece de una inconsecuencia muy gitana, pues pasa del éxtasis a una desmoralización incomprensible, pero la afición no debió olvidar el trazo privilegiado con que Alejandro dibuja su toreo con la muleta. 

En Sevilla, el lunes 24 de abril, se vivió una gran tarde de toros. Lo de las orejas cada día pierde más importancia. 

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