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El Torero

TOREROS DEL MOMENTO – Sin discusión, LA PRIMERA FILA

Fotos Plaza 1/ ALFREDO ARÉVALO

Sin discusión, la primera fila

Costillares
Pedro Romero
Pepe-Hillo

Es probable que la primera fila de la historia fuera la terna Costillares, Pedro Romero y Pepe-Hillo. Pero no se puede confirmar cuándo la afición dividió el escalafón en clases, yo al menos no lo sé, ni cuándo se creó el título de figura como denominación que diferencia a un torero figura de un gran torero que sin embargo no lo es. Por supuesto, el aficionado con cierta experiencia no necesita aclaraciones. Pero en estos tiempos de valores revisados, algunos incluso perecidos, conviene ponerlos en orden. La verdad es que siempre ha hecho falta. Recuerdo que en tiempos de Dámaso González, Paquirri, El Capea y Manzanares, para el influyente crítico de El País los buenos eran El Calatraveño, Raul Sánchez y El Monaguillo, diestros respetables pero ya me contarán. La tergiversación de las jerarquías siempre ha estado a la orden del día en la Fiesta, un mundo que salvo en la plaza, donde el toro mide al hombre de manera inapelable, está dominado por intereses, malentendidos y subjetividades dogmáticas. Quizá por ello, el gran escritor taurino Pepe Alameda aclaró que los toreros figuras no tienen por qué ser quienes mejor torean, dando a entender sin decirlo, que sin embargo son mejores toreros, pues comprenden y cuajan un mayor número de toros, sea cual sea su condición.

El peculiar presente de la Fiesta ha introducido, por causas ajenas a ella, como por la pandemia, variables significativas en la programación que han alterado las jerarquías establecidas por el “sistema”. Unas veces para bien, como es el caso de diestros marginados por unas u otras causas, que al aprovechar el repliegue de algunas figuras, captaron el interés del público a nivel nacional, gracias a la televisión, otro factor también ajeno al “sistema”, y por méritos propios salieron del ostracismo, como Emilio de Justo, que alcanzó el grado de figura, o como Juan Ortega, que entró en el jardín reservado a los toreros de arte. Y otras veces para mal, como le ha sucedido a Paco Ureña, cuyos triunfos en la temporada anterior a la pandemia no pudo capitalizar por el parón que esta provocó y después por el injusto olvido empresarial. 

Pero la Fiesta, un mercado libérrimo, sin la menor regulación sectorial y jerarquizado tanto por los intereses del “sistema” como por la escala de valores que rige en las plazas más influyentes, hace que la jerarquización del toreo nunca sea clara. Así como los sevillanos privilegian más a los toreros adjetivos, los que dicen bien el toreo, y Bilbao a los sustantivos, los que lo hacen bien, Madrid oscila entre ambas posiciones, aunque mediatizadas siempre por su reticencia casi generalizada hacia los verdaderos toreros figuras. Por todo esto fue lamentable el cierre de Barcelona, la plaza que a la chita callando ponía las cosas en su sitio y, de paso, la que más toreros ha aportado a la tauromaquia, tanto españoles como americanos, a lo largo del siglo XX. Eso sí, siempre complementada por Valencia, antes de que decayera su feria de Julio.

En contra del público –aficionados más espectadores-, el oficialismo taurino sevillano y madrileño, una vez concluídas sus ferias ha tratado de jerarquizar la cúpula del escalafón con la connivencia de algunos presidentes de plaza. Una de sus víctimas ha sido Roca Rey (en Sevilla, pues en Madrid él tuvo la culpa por su fallo con la espada), otra ha sido El Juli (en Madrid, a su manejo de la espada se unió al inveterado veto orejil que padece en Las Ventas) y otra Morante, pues sus faenas de Sevilla y Madrid merecían la Puerta del Príncipe y la Puerta Grande, digan lo que digan los mediocres contables de orejas que mandan en el toreo.

La realidad no la pueden ocultar los adictos al pesimismo ni la carcundia oficialista. Para bien de la Fiesta, en la actualidad hay una larga lista de figuras. Pero la cúpula del toreo, como al principio de la lidia, con Costillares, Romero y Pepe-Hillo, también la ocupa una terna: Morante, El Juli y Roca Rey. Lo demás son cuentos.

José Carlos Arévalo.

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