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BILBAO – Buena tarde de toros, entre Pinto y Valdemoro

Fotos BMF TOROS

“Cotorrito”, de Santiago Domecq, no solo fue el toro de la Feria, sino el prototipo de la bravura. ¿Y qué es la bravura? Darse a la embestida con un absoluto abandono de sí mismo. Pero no un abandono ciego, iracundo y ofuscado, sino un abandono sereno, como si el toro tuviera consciencia de su valía y de su fuerza, la que como animal no tiene, aunque la trasmite. En este punto, caigo en la tentación de hablar de bienestar animal. Sí, bienestar del toro en la lidia. Porque “Cotorrito” no se dolió en varas, todo lo contrario, apretó al caballo con optimismo y clase, empujando sin el menor derrote. Y galopó en banderillas aceptando con deportividad el cite de los rehileteros. Y se divirtió, lo juro, embistiendo a la muleta. Noble por el pitón derecho, clamorosamente enclasado por el izquierdo, largo, profundo, fijo con los dos, dio la sensación de que era feliz embistiendo a la muleta. Por supuesto, los toros no son felices ni infelices, pero este señor toro sí lo era. Embistió desinhibido, con señorío, con caballerosa toricidad. No entiendo, o mejor dicho, sí lo entiendo, que el presidente Matías Gonzalez no le concediera la vuelta al ruedo.

Tal vez la reprimió por no perjudicar a Leo Valadez, su matador, que se entregó en cuerpo y alma, pero tuvo la mala suerte de que vimos más embestir al toro que torear al torero. Hizo quites variados, toreó bien con la muleta, entró a matar como un valiente y se mereció la oreja que cortó. Pero la fiesta de este siglo no requiere toreros valientes que sepan torear, sino toreros con mensaje, con arte, con personalidad.

Personalidad la tiene Antonio Ferrera, pero un tanto bipolar. Por un lado, torero listo, por otro, torero máquina. Nada tiene que ver con el maestro de la tarde memorable con los “zalduendos” en Madrid. Ahora, con ese capote tan grande y tan verde, con ese pasárselo por arriba y por abajo fuera de la suerte, con esos muletazos largos y forzados a los que luego siguen otros derechos y templados, Ferrera me parece la caricatura de sí mismo. Qué le vamos a hacer, Ferrera es un buen torero a quien su personalidad perjudica.

Con Garrido sucede todo lo contrario. Es un buen torero que torea por palos ajenos. Y torea muy bien. Sus verónicas y chicuelinas al quinto toro fueron espléndidas. Pero no entiende que con cada toro la historia ha de ser diferente. Es decir que cada una tenga su argumento, el que demanda cada toro. Por eso, Garrido da buenos lances y buenos pases, pero no hace buenas faenas. De todas formas si llega a matar bien a sus dos toros habría cortado dos orejas.

La personalidad es parte del estilo. Y esto vale también para el toro. Porque la buena corrida de Santiago Domecq, si exceptuamos al bravo “Cotorrito”, está entre Pinto y Valdemoro. Bravos embistiendo a media altura, con fuerza en el cuello y atrás, pero blandos remos, a veces apuntan a “Núñez” y a veces a “Torrestrella”. Y sin embargo, rebosan salud y están a punto de emprender un camino distinto y tal vez mejor que el de las ganaderías ahora dominantes: la clase y la fuerza en los dos primeros tercios y la brava ductilidad en el tercero.

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