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El Toreo

FERIA DE SAN ISIDRO – Morante, la faena de Madrid

Fotos ALBERTO SIMÓN / Plaza 1- ALFREDO ARÉVALO

Morante, la faena de Madrid

Mañana no saldrá Morante en las portadas de los periódicos de Madrid, las televisiones ignorarán el suceso artístico acontecido en Las Ventas. No importa. La plaza estaba a reventar, porque los españoles van a los toros aunque la Fiesta sea ignorada por los medios. No importa. Porque hoy el ruedo de la plaza de Madrid fue el escenario privilegiado de una sublime obra de arte. Nada hay más fascinante que la belleza desgranando su armonía sobre un abismo donde reina la muerte. Ese abismo era un toro colorado con 590 kilos sobre sus lomos y con seis años menos tres meses y la acometida corta y brutota de un torancón que no sabía embestir. Ningún problema para el genio de la Puebla, quien de inmediato, antes de que tomara la primera vara lo trató como a un ingenuo muchachote, le ofreció su capa de seda, envolvió sus medias acometidas con una suavidad que contagió al cinqueño, pues respondió a las caricias con embestidas tímidas, pero ya embestidas. Y el maestro sonrió: lo había descubierto. 

No importó lo que pasaba en el primer tercio –varas medidas para no disuadir al mansurrón-, ni en el segundo, una brega tantito violenta y unas banderillas de trámite. Mejor, nadie salvo el genio, había visto al toro. Tardó un pelín en mostrarlo. Pues lo pasó por alto, sin atacarlo, para que se envalentonara. Sin embargo sus ayudados contenían el suficiente toreo para que no se creyera el amo. De manera que confiado el toro en su fuerza y sabio el genio, entregó la suya a la cadencia, a un mando de seda  que no necesita manifestarse para adormecer y someter las ya obedientes, lentísimas embestidas. Embestidas iluminadas por el acompasado resplandor de una muleta mágica, templada, embriagada por el duende, inspirada por la gracia, desgarrada por el misterio. Todas las suertes, naturales, derechazos, pases de pecho, molinetes, cambios de mano, trincheras y trincherazos rezumaban sentimiento y maestría, pasión y razón. Y cuando la faena estuvo hecha, su creador no tuvo bastante y quiso recrearse con una serie de naturales a pies juntos, en los que solo torearon la cintura y la muñeca. Y después vino la estocada, de purísima ejecución. Pero “Pelucón”, que así se llamaba el toro, tardó en morir y no recuerdo si el de la Puebla descabelló un par de veces. Le pidieron las orejas con fuerza, pero el presidente esperó a que ataran el toro a las mulillas y le concedió solo una. No importa. Morante había hecho la mejor faena de su vida en Las Ventas y quienes lo vimos podremos decir el día de mañana, yo lo ví, yo estaba allí.

 No fue el día de El Juli, con un lote que prometía. Su primero porque pertenecía a la familia de los “músicos” y su segundo porque estaba bien hecho. Pero ambos eran muy deslucidos. Y eso que El Juli logró, como sólo él sabe hacerlo, que le embistieran. Las dos lidias de sus toros fueron dos lecciones de tauromaquia. Y si los mata habría cortado las orejas. Pero no era su día y mató muy mal. 

Otro lote infumable se llevó Ginés Marín, que a punto estuvo de desorejar al mansísimo sexto, pero el funo tardó en morir. Antes lo dejó que se refugiara en toriles, terreno donde consiguió atarlo, torearlo y casi matarlo. Pero el cobardón también huyó de chiqueros. Mala suerte la de este joven y buen torero. En su primera actuación recibe dos grandes cornadas, y después, no le embiste un toro. Menos mal que la afición recuerda su faenón en la pasada feria de Otoño. 

De la corrida de Alcurrucén, compuesta por tres cuatreños y tres cinqueños, tan solo cabe decir que fue una mansada de tomo y lomo. Y punto final. 

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