FERIA DE SAN ISIDRO – Tarde histórica de el Juli en Madrid

Tarde histórica de el Juli en Madrid

Hacer y decir el toreo. No se puede hacer mejor ni decir mejor. La torería de El Juli ha traspasado la frontera del bien y del mal. Su tauromaquia es perfecta, lúcida como su superdotada inteligencia lidiadora. Y su toreo brotó libre, asentado en una técnica invisible, en su primer toro, y clamorosa, perceptible por valerosa y aclaratoria para los que no ven claro, porque venció a su segundo oponente, un toro complicado, peligrosísimo, de modo que esa parte del público supuestamente entendida, se rindió complacida como si El Juli les hubiera dado la razón. Pero no se la había dado. El de San Blas no se cruzó con las embestidas de su primero porque ese toro noble, que se deslizaba, habría reprimido su espontánea prontitud y sus elegantes embestidas si lo hubiera apretado. Lo hizo a final de faena con una impresionante serie de mano baja, mando obligadísimo, la única que el toro podía permitir, y se la impuso para preparar la estocada. Antes lo había toreado con un temple de seda, la figura relajada, los brazos dúctiles, las muñecas rotas. Y siempre, desde las acompasadas verónicas de recibo hasta el toreo de muleta, con arte fragante, cadencioso en la quietud, templadamente lento en el acople, impregnado de naturalidad en el decir, pimentado de torería en el estar, sobrado de maestría en el hacer. Sí, la perfección es sencilla por fuera y dificilísima por dentro. Al presidente, sin quererlo el torero, le pidió el carnet y no se lo pudo dar porque el muy obtuso solo le concedió una oreja. Tan obtuso como esa minoría mandona de aficionados conspícuos que en Las Ventas se duelen hasta del toreo grande.

Pero sí se entregaron los sabios en la faena del quinto, un toro reflexivo, que veía mucho, con más interés por el torero que por el engaño. No había posibilidad de faena. Pero El Juli supo pararlo con la muleta retrasada antes del cite, su cuerpo cruzado durante el, colocado entre los dos pitones, dando el toque a pitón contrario con el trapo ya adelantado, tapando el mundo al avieso y alargando tanto sus embestidas que muchas veces no pudo ligar sus inmensos, largos y profundos muletazos, ora naturales, ora redondos, acompañados por oles rugidos, que hicieron temblar los cimientos de la plaza. No mató bien a este toro, uno de los más importantes de su vida torera en Madrid, porque debiera haberlo hecho con el mismo tempo y la misma inteligencia con que lo toreó, y no a la velocidad del rayo. Perdió las orejas. O sea, perdió tres, las dos de este toro y la que le robaron de su primero. Pero El Juli ha hecho historia en Las Ventas. Pasará mucho tiempo para que un torero supere lo que El Juli ha hecho en Madrid.

Morante sorteó un lote infame. Correoso y peligrosísimo el que abrió plaza, lo lidió con autoridad y lo toreó de muleta con mérito y maestría. No merecía tan buen trato el toro. Pero la gente apenas agradeció la entrega del maestro. Y le pitó en su segundo, con el que lógicamente abrevió. Ambos morlacos olían a cloroformo.

Tampoco tuvo su tarde Pablo Aguado. A su primero lo quiso acompañar en vez de torear. Y al que cerró plaza lo quiso torear y no pudo. Por supuesto, la gente se mosqueó.

La Quinta presentó un lote con el peso adecuado, los pitones anormalmente grandes para el encaste, que transmitió emoción toda la tarde. Destacó “Bellotero”, nº 28, cárdeno claro y bragado, con más de 5 años, un toro con opción a premio. Y cumplieron el 3º y el 6º. Fueron peligrosos, con genio muy agresivo, 1º,4º y 5º.