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ARTE – La Manoletina de Diego Ramos

Ahí tienen ustedes “La Manoletina”, la última obra del pintor colombiano Diego Ramos. De sencilla composición, limpia de retórica,  sin la menor impostación, el pase tal cual es, y su creador, Manuel Rodríguez  “Manolete”, tal como lo daba. Y ya está, no hay más. Bueno, sí, hay mucho más. Símplemente, la pintura.

Manoletina Diego Ramos
“La Manoletina”, de Diego Ramos.

Ahí tienen ustedes “La Manoletina”, la última obra del pintor colombiano Diego Ramos. De sencilla composición, limpia de retórica,  sin la menor impostación, el pase tal cual es, y su creador, Manuel Rodríguez  “Manolete”, tal como lo daba. Y ya está, no hay más. Bueno, sí, hay mucho más. Símplemente, la pintura.

¿Qué pintura? Pues nada menos que el impresionismo llevado a sus límites. Podríamos llamarlo neoimpresionismo si tal término no se hubiera acuñado para otras obras. En este caso, el de “La Manoletina”, la yuxtaposición de trazos –espátula y pincel-, de colores puros pero ensamblados, crea una atmósfera cromática deslumbrante, cinética como el toreo, ese arte temporal cuyos trazo y luminosidad nacen y mueren ante nuestros ojos en un instante y recalan en nuestra memoria visual, que los prolonga, vívidos y fragmentados, idealizados y añorados. Por eso, el impresionismo es un estilo pictórico que se diría sustancialmente acoplado al arte de torear. ¿Cuál es su virtud? Unir fagmentos de color y darlos luz y sentido, fijar la eternidad de ese instante clamoroso y fugaz, guardar para siempre su torrente armónico mediante una sintesis de unicidad estilística prodigiosa, que ilumina tanto la figura del torero y la masa del toro, como el manto cromático que los envuelve. Así es la manoletina de Diego Ramos: extremo virtuosismo, de apariencia sencilla y de costosísima dificutad, el trazo del dibujo y la pintura indisociablemente unidos, la difícil facilidad que desprende el arte verdadero.

Esta obra figurativa no solo reproduce la manoletina sino que la traspasa, expresa lo que hay detrás de su apariencia, exactamente su latido más profundo, la pintura de su significado. Pero además, si quien la mira es un aficionado taurino, le ofrece un doble disfrute, el de la gran pintura y el de un reencuentro vivo con Manolete, la resurreción de aquella prestancia majestuosa que el arte de Ramos descubre en el giro insinuado a mitad del muletazo, en el preciso instante del embroque, en el exacto comienzo de la música callada del toreo, siempre acompañada por la respuesta infalible del ole. La luz, el color, la emoción y el sonido del arte de torear claman en este lienzo sencillo y prodigioso.

Cuando la represión inquisitorial se cierne sobre la tauromaquia, resulta gratificante que el arte de un gran pintor nos revele toda su belleza.

J. C. Arévalo.

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