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MADRID – 19ª de feria. Cuadro de honor:

Fotos Alberto Simon

Un ganadero, Santiago Domecq. Cuatro toreros, Arturo Saldívar, Fernando Adrián, Álvaro Lorenzo… y Curro Javier. Y un toro, “Contento

por José Carlos Arévalo

Gran corrida de Santiago Domecq. Cinco toros encastados, con un gran fondo de bravura, porque no solo se movieron con vivacidad, sino que cuando entraban en suerte, los cinco embestían. Todos con una agresividad que transmitía emoción y enaltecía el toreo. Todos con el mismo ímpetu, tanto al principio como al final de su lidia. Pero no todos humillaron, no todos mantuvieron su bravura hasta el remate de las suertes. Aunque cuando los toreros arrollaron la razón, y lo hicieron muchas veces, todos, salvo el tercero, persiguieron el trapo hasta el final. Y hubo uno, el quinto, que emparejó la bravura, la clase y la casta. Se llamaba “Contento”, estaba herrado con el nº 14, era negro y fue un toro de bandera. Le dieron una clamorosa vuelta al ruedo. Los otros cinco fueron ovacionados en el arrastre. Probablemente, el lote enviado por Santiago Domecq sea la corrida de la feria. 

Pero se debe reconocer que se les hicieron las cosas muy bien. Para empezar, la cuadra Equigarce envió caballos muy poderosos y bien domados que dieron seguridad a los montados. Lo que les permitió picar con mesura, acierto y sin que se registrara un solo puyazo alevoso. Y si se picó a favor del toro, también se lidió a favor del toro. Buenas bregas y buenos pares de banderillas. Y hubo un torero que bregó con arte y banderilleó con arte, Curro Javier.

La actuación que más me gustó fue la de Arturo Saldívar. No por su toreo con la capa, ni por sus insensatos quites. Pero con la muleta fue un ejemplo de entrega, valor y torería. Las dos o tres series que impuso al fiero, correoso y peligrosísimo toro que abrió plaza tuvieron más verdad y toreo que treinta faenas juntas. Quien quiera demostrar a un escéptico antitaurino que torear es jugarse la vida con gallardía y nobleza, un video de esta primera faena de Saldívar le permitirá hacerlo sin decir una sola palabra. No entendí por qué no se le pidió la oreja. ¿Porque la espada cayó algo trasera? En Madrid no se ve la ejecución, solo la colocación. Con su segundo toro rayó a la misma altura que con el primero y ni siquiera salió a saludar. Decepcionante.

El triunfador de la tarde fue Fernando Adrián. Cortó una oreja a cada toro, fue cogido varias veces, se jugó la vida sin cuento. Estuvo muy por encima de su primer enemigo y por debajo de su segundo, que por el pitón izquierdo regaló las mejores, hondas y enclasadas embestidas en lo que va de feria. Pero esta sincera observación no empaña su indiscutible éxito. En su descargo hay que recordar que torea poco y en su favor que el trazo de su toreo es magnífico. Su salida a hombros por la Puerta Grande no merece la menor reticencia.    
  

Los mejores muletazos de la corrida los dio Álvaro Lorenzo. Hubo un natural a su segundo toro que en una plaza con mejores catadores lo habría consagrado como un de los grandes maestros del temple. Si en la actualidad hay un torero castellano con clase y hondura ese es Álvaro Lorenzo. Lo demostró con el sexto de la tarde, un toro que no le regaló una sola embestida. Todas las extrajo, las pulió, las toreó de cabo a rabo con una técnica natural: la maestría que tapa las dificultadas, la destreza callada al servicio del toreo, el mérito de calibrar y pulsear las embestidas con una cornada en el muslo. Dio una merecidísima vuelta al ruedo y pasó a la enfermería.

La tauromaquia es el arte en el centro mismo del abismo. La victoria de la belleza acoplada a la muerte. El espectáculo que restaura la historia del héroe.    

Y mañana más.

            

        

          

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