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MADRID – 20ª de feria. Daniel, el grande

Fotos Alberto Simon / Plaza Uno-Alfredo Arévalo

por José Carlos Arévalo

Decía Antonio Ordóñez que de las tres virtudes del torero, valor, maestría y arte, hay que tener al menos dos para ser figura, y tres para ser una gran figura. Pues bien, el sevillano Daniel Luque tiene las tres exigidas… y sobredimensionadas. El valor de Luque es el mejor valor, el del torero. Es un valor natural, que no necesita predominar sobre la maestría y el arte, y lo confirma todas las tardes ante toros de encastes, ganaderías y condición muy diversos. Con templanza se impone al toro peligroso, al dificultoso y hasta el imposible, sin necesidad de alardear del riesgo que asume. Su maestría tampoco es para él un fin en sí mismo. Se diría que no quiere que se le reconozca como la primera virtud de su toreo. La maestría no se exhibe, tan solo es un medio imprescindible para torear. Y el arte lo acepta como una condición innata de su manera de expresarse con el toro. Pero cuando un toro es bravo y mete la cara de verdad, su trazo es de un pureza cristalina, su temple, sedoso, despacioso y a la vez cincelado con la elegancia de un escultor inspirado. Además, el sentimiento con que envuelve su trazo y su temple es profundo, porque profunda es su comunicación con el toro. De manera que valiente, maestro y artista. Eso es Daniel Luque, ya una gran figura del toreo.

Ni un solo toro de nota ha sorteado este año en San Isidro. Y menos hoy, uno enquencle y otro manso de libro. Fuerte de carácter hizo oídos sordos a los gritos soeces del 7 y a los impropios vivas a España, de tonalidad cuartelera y ebria, durante su meritoria faena al mostrenco que cerró plaza, faena que culminó con la que puede ser la estocada de la feria. El gran público de Madrid, que lo hay y cubre la mayor parte de la plaza, sí supo verlo y le pidió con fuerza la oreja no concedida por un presidente sin personalidad ni conocimiento.   

Otro maestro, con valor y arte, pero muy distinto, es Alejandro Talavante. Nada pudo hacer con su afligido primer toro. Pero con el quinto de la tarde, de bella estampo y abrochada y astifina encornadura -algo inaceptable para el 7, que entre la amplia tipología de cuernos, solo acepta el veleto o el muy cornalón- mostró su personalísimo toreo, purísimo en el diseño de las suertes fundamentales y lúdico, juguetón en las accesorias, un toreo que transforma el drama del peligro en la felicidad del artista que vence todas las dificultades que el riesgo comporta. Me encantó que frente a la lluvia pertinaz, el peligro corregido y aumentado por la voluntaria entrega del torero cambiara durante su inspiradísima faena el talante dislocado de la plaza. Si llega a matar habría cortado una intolerable oreja. Su fallo con el acero consoló a los reventadores y al resto nos dio igual, Habíamos disfrutado con Talavante y además dentro de unos días vuelve a Madrid.

A Diego Urdiales hay que desagraviarle. No puede ser que se lleve los peores lotes corrida tras corrida. No puede ser que un torero de su excelencia -repito, valor, maestría y arte- se vaya todas sus últimas tardes madrileñas frustrado al hotel. Lo de esta tarde ha sido como si le hubieran pedido un día a a Paco de Lucía que tocara con una guitarra sin cuerdas.

Este San Isidro es muy extraño. Toros reseñados por volumen -el volumen no es trapío-, toros reseñados por cuernos -lo que suele impedir elegirlos por reata y hechuras-, inquisidores que desconocen la doctrina que defienden, presidentes inseguros, y un público fantástico y paciente que llena la plaza un día tras otro. Sí, extraño San Isidro, con pocas orejas, cinqueños fondones al por mayor, y, sin embargo, buen toreo. Algo que no se asume porque hoy las orejas son el único certificado de que lo sucedido en el ruedo fue bueno. ¡Qué tiempo, señores! Menos mal que hay buenos toreros y muchos más aficionados de lo que suponíamos.  

Nota: La mala corrida de Alcurrucén tiene una disculpa: el baile de corrales provocado por el equipo veterinario, que descabaló la corrida reseñada. Y mañana, no sé, no sé. Se comenta -estas cosas suceden  a puerta cerrada, sin luz ni taquígrafos- que los seis de El torero se enfrascaron, al desembarque, en una lucha de todos contra todos. ¿Habrán traído repuestos desde Cádiz? ¿Habrá parches? Además torean Uceda, Morante y Castella. A los reventadores se lo han puesto mejor que a Fernando VII.  

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