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MADRID – 9ª de feria. A Castella le sienta bien Madrid

Fotos Alberto Simon

por José Carlos Arévalo

Sin bromas y respetándole, les digo que a Sebastián Castella le va la marcha madrileña. Un día, antes de torear, me dijo, a mí me cae bien que la plaza sea bronca y exigente. No le discutí su opinión sobre la plaza donde me hice aficionado y con la que me cabreo un día sí y otro también. Además calculé -perdón si me equivoco, pero no soy muy de estadísticas- que Castella es el torero que más orejas ha cortado en Las Ventas durante lo que va de siglo. Seis o siete salidas a hombros contabilizan 12 o 14 orejas. Y aunque merecidas, eso se agradece.

Pero insisto, los números no me van. Lo que sí me convence es que la plaza parezca un tifón del Atlántico y llegue un tío y lo calme. Y que lo haga sin argucias teatrales, sino toreando. Y que Castella toreó lo certificaba el ole compacto, tremendo, inapelable de Madrid. Cuando 23 mil voces distintas, de aficionados con gustos distintos, y sin una batuta que les ordene expresarlo se ponen de acuerdo y arrancan a jalearlo al unísono, el ole subjetivo de cada uno se convierte en ole objetivo de todos absoluta de todos. Por eso, el ole nunca miente. Y lo prueban las distintas clases de ole. Por ejemplo, la faena del francés a “Rociero”, un bravísimo “jandilla”, tuvo varias versiones de ole. Los que acompañaron a los estatuarios iniciales fueron oles cortos, porque el estatuario es un pase corto, cite, y el embroque y el remate al mismo tiempo. Los derechazos iniciales, cortos y acucharados, para vencer al viento y acoplar al toro, merecieron oles aprobatorios pero chicos. Y cuando el mando poderoso de Castella se había hecho con el toro y vencido al viento, y su muleta, valerosa y arrastrada por la arena se apoderó lenta y majestuosa, con un temple sedoso y deslizante, de la bravura enclasada del sensacional zaíno en dos series de naturales esenciales, desnudos de retórica, hechos con verdad y dichos con sentimiento, los oles sonaron como solo suenan en Madrid. Y como Castella mató de una estocada fulminante, cortó dos orejas inapelables y dio una vuelta al ruedo clamorosa. Claro que siempre hay dos o tres listos que piensan que en la plaza hay 23 mil tontos.

Dicho esto, digo ahora que me gustó la corrida de Jandilla. Era brava y chorreaba clase. Estaba bien presentada, en exceso cornalona, para mi gusto. Y la aparente blandura de los tres primeros toros tenía el eximente de los capotazos volanderos de una brega que destroncaba sus embestidas, a la que se sumaba el real castigo que se inflige el toro cuando se destruye por su brava codicia frente a monturas inexpugnables y puyazos demoledores, impuestos por la infame puya actual, no por voluntad de los picadores. A punto estuvo el 7 de reventar la corrida y cargarse el gran lote de Borja Domecq. Lo impidió Castella cuando desorejó al cuarto de la tarde. A partir de entonces seguimos la lidia en paz. Aunque no sirvió de mucho, porque Manzanares atraviesa horas bajas, tandas de dos pases de buen y rápido trazo, tres o cuatro veces, y a matar.Y Pablo Aguado necesita su toro, un toro que casi no sale en Madrid.

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