El análisis de una obra de arte disecciona sus claves estéticas, pero no descubre su esencia: el resplandor de un lance, la impronta de un torero.
A la muerte de Manolete, por José Alameda Estás tan fijo ya, tan alejado, que la mano del Greco no podría dar más profundidad, más lejanía a tu sombra de martir expoliado. Te veo ante tu Dios, el toro al lado, en un ruedo sin límites, sin día, a ti que eras una epifanía y hoy eres un estoque abandonado. Bajo el hueso amarillo de la frente, tus ojos ya sin ojos, sin deseo, radiográfico, mítico, ascendente, fiel a ti mismo, de perfil te veo, como ya te verás eternamente, esqueleto inmutable del toreo.
La chicuelina, por Julio Estefanía Citar, embarcar, girar con torera aristocracia. Juntar la muerte y la gracia: el embestir y el burlar. Belleza y riesgo a la par de lo andaluz por lo fino. ¡Matrimonio cristalino de la curva y de la recta! La chicuelina perfecta por milagro de Camino.
El análisis de una obra de arte disecciona sus claves estéticas, pero no descubre su esencia: el resplandor de un lance, la impronta de un torero. Pero la poesía puede recuperar el sentimiento y la emoción del toreo. A condición de que el poeta sepa de toros. Y aquí está la prueba en dos cortos poemas creados por dos periodistas taurinos y buenos poetas. Cualquier aficionado, al escuchar sus palabras, podrá sentir exactamente lo que un torero fue o el vuelo inefable de un lance desvanecido. Solo el aficionado, por serlo, puede revivir el toreo a través de la poesía. La prueba, estos breves versos.