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EL TOREO – ARANJUEZ, Corrida de San Fernando. Teoría de la faena abierta

Fotos Alberto Simón

Teoría de la faena abierta

Ya nadie lleva la faena hecha desde el hotel, como se quejaban hace cincuenta años los críticos de toros. Aquella faena, estructurada en series, impuesta por Manolete y que sigue siendo el hondón del toreo de muleta, la permitía el utrero de los años 40, 50 y 60, más instintivo y menos reflexivo que el cuatreño lidiado en el último cuarto del siglo pasado y, por supuesto, que el cinqueño que ahora se estila. Morante de la Puebla, al margen de su genialidad estilística, desde un punto de vista tauromáquico (verbigracia, la técnica del toreo) es un genio del sincretismo: ha unido la perfección del trazo y la verdad en la colocación ya logradas a fines de siglo con la faena abierta de los años 30, exigida por un toro más viejo y de bravura más discontinua. 

El genio de Morante

¿Y qué es la faena abierta? Una faena de preguntas y respuestas, hechas por el torero al toro y, alguna vez, por el toro al torero. Cada cite es un proposición y cada embestida, una respuesta. Y el diálogo fluye entre ambos sin una estructura predeterminada. Por supuesto, cuando se entienden surge el toreo ligado en redondo. Pero el hilo conductor es siempre un lazo invisible que une la inteligencia del lidiador con las incógnitas o retos planteados por el toro. La faena se degusta en dos planos, uno estético –el arte inefable de este torero- y otro estratégico –la razón como eje del toreo-. Ambos caminan en paralelo y tienen la virtud de imantar a todos los espectadores -los más entendidos y los más novatos-, de hacerlos cómplices absolutos del toreo. La faena de Morante al cuarto toro de La Quinta fue un paradigma de la faena abierta. Acarició la bravura del toro, palió sus carencias físicas, deslumbró la luz iridiscente de su toreo y provocó el clamor del silencio. Y todo sucedió mientras el toreo se iba inventando ante un público que no observaba, que estaba dentro de la faena.  Naturales, redondos, molinetes, estatuarios, ayudados por alto y por bajo… un largo repertorio brotaba con justeza, casi con austeridad, porque lo pedía el toro. Pero fue éste, el toro, quien nos devolvió a la realidad, cuando cogió malamente al torero a la hora de matar, robándole la muleta, cogida de la que salió milagrosamente ileso.  Grande, genial tarde del torero de la Puebla. A su primer toro lo mató sin darle un pase porque no tenía ni un pase.

Por fin, Talavante

Con el quinto de la tarde, Talavante hizo un faenón: toreo de magnífico trazo con un toro de magnífica embestida. Toreo hondo y toreo variado. Toreo de maestría y de inspiración. Su actuación en este toro planteó una pregunta difícil de contestar: ¿Cómo puede embestir un toro a un toreo tan obligado durante una faena tan larga? Porque Alejandro lo toreó hasta los tuétanos en todas las suertes, la fundamentales, las de alivio, hasta en los adornos. Había en su actitud como una sed de afirmación controlada con lucidez. El público, que lo aprobó desde el primer pase, entró en la faena poco a poco, a medida que el torero fue serenando su mando y la faena pasó de mostrar un toreo que ordena a un toreo que fluye. Y por eso, cuando al torero dejó de preocuparle el triunfo y se abandonó al toreo, la plaza rugió y entonces sí, su triunfo fue legítimo. 

Y llegó Daniel Luque

Digámoslo ya sin tapujos. Nadie torea como Daniel Luque. Y que se ofendan todos los toreros. Y que protesten sus partidarios. Y que me descalifiquen los críticos. Pero nadie torea como Daniel Luque. Los habrá con más arte, más profundos o mejores lidiadores. Pero nadie torea como Daniel Luque. Yo no he visto a ningún torero mecer, acariciar, templar la embestida de un toro recién salido al ruedo, en el primer lance, y convencerlo desde el principio de que su lucha ha de ser templada, serena, armónica, de que debe embestir con arte. Yo no he visto nunca un toreo regido por la razón tan sin razonar, tan espontáneamente lúcido, tan luminoso como por arte de magia. La faena de Daniel Luque al sexto toro de La Quinta pasará a la antología muy estricta del temple, solo reservada a unos pocos maestros a lo largo de la historia, antología compuesta por faenas tan bellas como inexplicables. La del día de San Fernando, en Aranjuez, la firmó Daniel Luque. Y no argumento lo que digo porque no sé explicar el toreo inexplicable de Daniel Luque.

La bravura está en La Quinta

La corrida fue en tres y tres. Los tres primeros no cuentan. Ni por presentación, ni por comportamiento. Los tres últimos me hicieron pensar. Eran bravos puesto que jamás rehuyeron la pelea, pero su embestidas no fueron constantes ni uniformes, como si los condicionara alguna carencia. ¿Era el estrés del viaje? ¿Hubo problemas en el enchiqueramiento? No entendí que jamás rehusaran la pelea y que unas veces remataran sus embestidas y otras no. ¿Es que no se rehicieron del viaje? Aunque dos toros, el quinto y el sexto superaron todas las pruebas, pienso que transportar la corrida con más anticipación y una moratoria de una semana de recuperación en el campo aledaño a la plaza sería una buena respuesta, porque salvo el primero, bravos lo eran todos. La bravura de los antiguos “buendías” vive ahora en La Quinta. 

El día de San Fernando

Ir por por San Fernando a los toros en la Plaza Real de Aranjuez es tan obligado como en Sevilla no perderse la corrida del Domingo de Resurrección. Congregados por un cartel de tronío, aficionados de la Ribera y de Madrid son el coro perfecto para este coso casi tricententenario, contemporáneo de los ruedos de las Maestranzas de Ronda y Sevilla. Por San Fernando, el centro del toreo está en Aranjuez. Así lo comprendió el público que llenó la plaza, disfrutó de la bravura y el toreo. Y se repuso con la extraordinaria gastronomía de que goza la ciudad real del Tajo.  

José Carlos Arévalo.

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