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La Lidia

LA LIDIA A EXAMEN – LA LIDIA EN EL SIGLO XXI (5). ​Las banderillas en un tercio deprimido

Par de banderillas de Gaona

Las banderillas en un tercio deprimido

El segundo tercio, como su nombre lo indica, se sitúa en el centro de la lidia. Esta obviedad viene a cuento, porque durante casi todo el siglo XIX, el de banderillas era un tercio central y no de paso, como ahora. En las banderillas se basaba gran parte de la brillantez de la lidia. Si el gran Lagartijo metió al joven “Guerrita” en su cuadrilla fue porque su espectacularidad con los rehiletes llevaba mucha gente a la plaza y eso le convenía al veterano maestro en el último tramo de su carrera. 

En el orden narrativo de la lidia tenía sentido que los toreros dieran importancia a las banderillas. El tercio de varas era entonces de metraje largo, múltiples encuentros –al principio de tres, cuatro, cinco, seis encuentros y bastantes más- con los caballos que, en número de tres, llenaban mucho ruedo, el suficiente para encontrarse con las incansables oleadas del bravucón, lo que además daba origen a infinidad de quites, recortes, coleos, sucesivas colocaciones en suerte y mil sobresaltos. De manera que el toro llegaba al segundo tercio asfixiado, parado, resabiado, a la defensiva, Pero de aquel mal los lidiadores hicieron virtud. Y del mismo modo  que la extremada dimensión del primer tercio les sirvió para crear un amplio repertorio capotero, el estado casi terminal en que llegaba el toro a banderillas lo aprovecharon para inventar el número de suertes que debían realizarse según el estado de cada toro: al cuarteo para el toro con pocos pies; a la media vuelta, al parado y a la defensiva; a topacarnero, al definitivamente inmóvil; al sesgo, al aculado en tablas; de poder a poder, al entero; al quiebro, al que tiene fijeza y cierta movilidad. Por no hablar de las banderillas de fuego para los mansos, y de las banderillas de bullón, con pájaros dentro, para las corridas extraordinarias

Mario Cohelo

Así pues, el segundo tercio duraba más que el actual. Se ponían cuatro y cinco pares, y las preparaciones eran largas. Para hacernos una idea, equivalía al actual tercio de banderillas  en la lidia a caballo, que es al rejoneo lo que la faena de muleta al toreo de  a pie. Y como en el rejoneo, durante casi todo el siglo XIX, el último tercio, el de muerte, era igualmente breve en la lidia a pie, se componía de unos pocos muletazos, los necesarios para cuadrar al toro y matarlo. Era relevante porque ejecutar esa peligrosísima suerte con un toro en estado terminal, a la defensiva, que absolutamente“pedía la muerte” -la frase es pertinente porque realmente la pedía- era algo francamente arriesgado: el volapié se inventó porque el toro no embestía o casi no embestía en ese trance final, solo derrotaba o sencillamente impedía la suerte con la cara alta, imposibilitando el cruce, que el matador pasara. De ahí la necesidad del jarrete de media luna o de los perros.

Manolo Bienvenida
Enrique Berenguer, Blanquet.

En consecuencia, el tercio de banderillas era fundamental para que el desarrollo de la lidia no se limitara a las varas y a la estocada. Y por eso todos los matadores banderilleaban, a veces compartiendo el tercio con sus subalternos. Y como además los futuros matadores se formaban en las cuadrillas de sus jefes de fila, todos los toreros  eran expertos con los rehiletes. Lo eran por formación. Al margen de los capas, toreros cuadrilleros cuyas carreras no salían del ámbito rural, los toreros se hacían en las cuadrillas de los matadores, como banderilleros.  A veces, al elegido su maestro le cedía la muerte de un toro y finalmente le concedía la alternativa. Una de las consecuencias que tuvo este camino de iniciacion fue que todos los espadas sabían banderillear. Y aunque, por inercia, el número de matadores banderilleros fue alto hasta los año 50 del pasado siglo, su descenso coincide con la profundización y extensión de la faena de muleta, a la que se debe reservar el mayor número de embestidas –aun no había llegado el toro de nuestro tiempo que las tiene, sobradas, para los tres tercios-. Pero nadie quisoimpugnar la continuidad del segundo tercio por su decisiva función para la lidia. Los toreros llaman a las banderillas las “avivadoras” porque al galopar el toro con la cara alta en busca del rehiletero, respira mejor, oxigena su sangre y esta fortalece los músculos. Lo que no sabían los toreros, ni nadie, ahora nos lo ha revelado la ciencia: al clavarse el arpón en la piel activa una reacción hormonal en la que las betaendorfinas, además de otros mecanismos endocrinos complementarios, neutralizan el dolor –como sucede con la divisa y. en mayor medida, con los puyazos-, casi desaparece el estrés, y el toro queda debidamente centrado y concentrado para la faena de muleta.

Por otra parte, la naturaleza más brava del toro actual hizo inútiles suertes como el par a topacarnero o de muy rara aplicación como el par a la media vuelta o el par al sesgo, y ya el tercio interpretado por subalternos a los que sus jefes pidieron efectividad pero no lucimiento, se evitó el par de poder a poder, que en el fondo es un cuarteo más amplio, y se “prohibió” el par al quiebro, que se justifica más por el espectáculo que por la lidia. Si a ello se añade el restrictivo criterio de los matadores en cuanto al lucimiento de su cuadrilla, se entiende la conversión del arte de banderillear en un tercio necesario para la lidia del toro, pero de puro trámite en cuanto a su interpretación artística. Diagnóstico éste que debe matizarse: no es así en las ferias importantes, donde los espadas permiten y estimulan a sus hombres para el lucimiento banderillero.

En cuanto a la defección de los matadores se puede constatar, pero no explicar. Me parecen irrelevantes las justificaciones técnicas, incluso la errónea pero vigente opinión de que banderillear es un recurso de torero de poca calidad. La única razón asumible es la falta de rendimiento para el triunfo del matador, su nula incidencia en los trofeos que premian al torero tan solo por la faena de muleta. Más aún, el hecho de que más del 90 por ciento de los espadas no banderillee avala la irrelevancia actual del segundo tercio.

Pero el toreo es un arte evolutivo, que se autorreforma ininterrumpidamente como lo demuestra la historia de la lidia. Y será la puya innovada, por sus incontestables resultados, la que equilibre las prestaciones del toro en los tres tercios. Con un gran torero que vuelva a defender con hechos el concepto de lidia total, con la misma carga de de emoción y arte en los tres tercios, bastará para que la corrida de toros recupere la plenitud que mostró en los tres tercios y la adhesión que logró en todas las capas sociales durante la Edad de Plata.

José Carlos Arévalo

Continuara: La Lidia del siglo XXI (y 6): la faena de muleta      

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