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MADRID – 4ª de feria, Ginés Marín y un toro de Montalvo vencieron a los elementos

Fotos Alberto Simon

por José Carlos Arévalo

La plaza de Las Ventas tiene un problema estructural: está emplazada en una encrucijada de vientos; y tiene un problema bovino: el toro de Madrid impuesto por el 7, un tendido que no forma parte del coro taurino porque es su vigilante, su inquisidor. Y como es una fracción chillona y omnipresente se ha convertido en la única voz reivindicativa de la plaza. El resto se comporta como buen coro taurino, correcto pero exigente, aplaude o pita, reclama orejas o no las pide, y no tiene un pelo de tonto. Pero tiene un defecto, no reacciona  ante el desatino manifiesto. Por eso, su pasividad ha permitido que en Las Ventas se lidie un toro, el del 7, con pocas posibilidades de dar un buen juego. La exigencia de volumen, peso, altura y amplitud de pitones, impide reseñar el toro con armónicas hechuras, las de embestir; de buenas reatas, las que prodigan mayor número de bravos, el toro que siempre se reservó para las ferias de prestigio. Y hoy, aunque los ganaderos han hecho uso de la genética y de la alimentación para que a gran parte de sus camadas les hayan crecido los cuernos y aumentado la altura y el volumen, lo que no puede ser, no puede ser. Como no podría ser que en el Hipódromo de la Zarzuela corrieran percherones.

Pero a veces surge el milagro de un torazo con toda la barba, el cuarto toro de Montalvo, y la suerte le pone delante a un torero como la copa de un pino, Ginés Marín. Entonces sucede que el torero le da distancia al torancón, y éste, pronto y alegre, embiste con la viveza de un toro bravo, equilibrado de carnes, más liberado de kilos para descolgar. A fuer de sincero he de decir que después de embrocar en la muleta de Marín le faltaba un punto de flexibilidad para el toreo en redondo. Por fortuna, la deslumbrante maestría del torero consiguió que sus muletazos, siempre a favor del toro, se plegaran a su mando y hasta le permitieran trazarlos con sentimiento. La faena nunca perdió diapasón, fue a más, y la estocada, de libro, cerró la tarde con éxito. Ginés cortó una oreja de mucho peso. 

A Paco Ureña no le rodaron las cosas porque a sus toros, menos bravos, no les podía ayudar su envergadura. Y el rejoneador Diego Ventura dio una buena tarde. Intenso, mandón, arrollador triunfó con dos buenos toros de Guiomar Cortés de Moura. Cortó una oreja a su segundo toro, pero también mereció otra de su primero. Cuando llegue la corrida de rejones escribiré sobre lo que le falta y le sobra a la lidia a caballo.

Por supuesto, la plaza registró otro llenazo.

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