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Editorial

EDITORIAL – Los ancestros de Morante en Sevilla

Morante de la Puebla
Fotografía: Alberto Simón

Cuando Morante fue declarado triunfador de la Feria de San Miguel, los aficionados empezaron a hablar de Joselito. Pero tras la suerte por tijerillas a lo chatre y al galleo, debieron hablar de Pepe-Hillo. O de Cayetano Sanz. Más propio fue que lo hicieran cuando recibió al toro con cambios de rodillas, que evocaron al padre de Gallito, don Fernando. Y me extrañó que no que no recordaran a Pepe Ortiz cuando llevó el toro al caballo por tapatías. Pero lo que más me asombró es que nadie mencionara a Belmonte después de aquellos naturales al correoso bravo de Juan Pedro, de cite cercano y cruzado, inmensos de trazo y largos de viaje, rematados tan detrás de la cadera que no se podían ligar, como tampoco los ligaba Belmonte. Ni aficionado alguno mencionó a Pepe Luis mientras José Antonio se lucía dando la razón al de Miura y cortaba la faena cuando el miureño no atendió a más razones aunque el de la Puebla se las siguiese dando. Entonces hizo lo que hacía el de San Bernardo: usar la espada.

El toreo de Morante, con capa y muleta, es sincrético: guarda dentro de sí todo el acervo de distintas tauromaquias. Lo cual no quiere decir que sea un torero mimético, porque usa todo el repertorio de suertes existentes (en uso y en desuso), pero sin copiar a los Gallo, a Ortiz o a Belmonte. Como tampoco copiaba la lidia de la Edad de Plata al construir faenas sin estructura predeterminada, sino hilvanándolas al encuentro, con preguntas al toro que a veces son apuestas valerosas, y otras, respuestas a los distintos comportamientos que el “funo” manifesta a lo largo de la lidia. Ni, por supuesto, Morante pensó en Camino al matar con temple y pureza al mencionado “juampedro”.

Conclusión

La verónica de Morante no es la de Cagancho aunque su elegancia las asemeje, ni “paulista”, aunque en una y otra relampaguea el duende. Su media destroncada se parece a la de Belmonte, y la que da pies juntos evoca a Manolete, pero ambas son morantianas.  Tampoco su chicuelina es la de Manolo Gonzalez, aunque también es barroca y luminosa. Ni su ayudado por alto cruje por Manzanares, aunque crujan los dos con parecido cante. Y es que las suertes, y sus anteriores interpretaciones, están a disposición de todos los toreros, pero cuando las usa el de la Puebla no las copia, las reinventa. Y algunos pensamos que al actualizarlas las mejora.

J. C. Arévalo

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